Denis Fortin

Enciclopedia de Elena G. de White


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      Las aulas en Portland generalmente eran sinónimo de escritorios incómodos, poca luz, calefacción y ventilación inadecuadas, demasiadas horas de estudio, y muy poco ejercicio para los alumnos. Los niños a menudo comenzaban la escuela primaria a los cuatro años; los maestros eran partidarios del castigo físico y, a veces, lo impartían con violencia impulsiva. Un incidente de ese tipo dejó una impresión vívida en la joven Elena. Más de cincuenta años después, se la contó a un grupo de maestros como un ejemplo de cómo no tratar a los alumnos.

      “Yo estaba sentada en la escuela, al lado de otro alumno, cuando el maestro arrojó una regla para golpear a ese alumno en la cabeza, pero me golpeó a mí y me dejó una gran herida. Me levanté de mi asiento y salí del aula. Cuando me fui de la escuela y ya estaba camino a casa, el maestro corrió hasta mí y dijo:

      “–Elena, cometí un error; ¿no me perdonas?

      “Yo le dije:

      “–Por supuesto que lo haré, pero ¿cuál fue el error?

      “–No era mi intención golpearte a ti.

      “–Pero –respondí–, es un error que golpee a cualquier persona. Prefiero tener este corte en la frente y no que otro alumno salga lastimado” (MR 9:57).

      Quizá fue este temor al regreso de Cristo lo que la motivó a comenzar a leer la Biblia; no obstante, a pesar de su interés, no quería que sus padres se enteraran. Cuando “estaba leyendo mi Biblia”, recuerda Elena, “y mis padres entraban en la habitación, la escondía por vergüenza” (YI, 1/12/1852). Probablemente quería evitar llamar la atención de sus padres a sus sentimientos religiosos. A pesar de su “gran terror” de estar perdida y de la profunda impresión que habían producido en ella las oraciones de su madre, Elena aún intentaba fingir, para ocultar su ansiedad en cuanto a su salvación, que no ocurría nada, y se negaba firmemente a confiarle sus preocupaciones a su madre (ibíd.). Quizás este fue un aspecto del “orgullo” que, más adelante, dijo que caracterizaba su vida antes de su conversión (ver SG 2:21; ST, 24/2/1876; LS80 161; TI 1:32; NB 43). Sin embargo, a pesar de sus preocupaciones recurrentes sobre su condición espiritual, cuando ella se dedicaba a sus trabajos escolares y a todas las demás actividades propias de una niña activa de ocho años, experimentaba días y semanas de relativa ausencia de dudas.

       El accidente