estoy sola” (Ct 14a, 1889, en 1888M 293). A Willie y a Mary les explicó por qué, hasta cierto punto, las cosas no avanzaban con más eficacia. “Como bien saben, no tengo ninguna persona a quién consultarle. Me veo obligada a avanzar como mejor me parece, y a hacer mis planes y negocios de la mejor manera en que me salgan” (Ct 79, 1888). Como Edson no estaba disponible, ella llegó a depender de Willie para recibir ayuda y consejos sobre una amplia gama de cuestiones personales y administrativas. Ella también dependía de él como su nexo con las casas editoras. Negociar los derechos de autor era solo una de las tantas cuestiones de las que él se encargaba con las casas editoras. Todo, desde las ilustraciones hasta el tamaño de la página, la encuadernación y mucho más, era su responsabilidad arreglarlo en consulta con ella y con los editores.179
Para 1881, ella también había comenzado a establecer un equipo de “asistentes literarios” de tiempo completo que la ayudaban a mecanografiar y a editar sus manuscritos. Willie actuaba como supervisor general. Mary K. White y Marian Davis trabajaban bajo sus órdenes como asistentes editoriales, editando detalles menores. A lo largo de los años, tuvo otros asistentes, como J. H. Waggoner, Sara McEnterfer y Jenny Ings. También había colegas que no tenían relación con el equipo de Elena de White, pero a los que, ocasionalmente, se les pedía ayuda, como Uriah Smith, editor de Review and Herald; C. H. Jones, gerente de la Pacific Press; E. J. Waggoner y A. T. Jones, coeditores de Signs of the Times; y J. H. Kellogg, director médico del Sanatorio de Battle Creek (Ct 64a, 1889).
Problemas en el Colegio de Battle Creek
El año escolar 1881-1882 marcó el peor momento del Colegio de Battle Creek. Sidney Brownsberger había dejado el colegio y la junta directiva había elegido como presidente a Alexander McLearn, un potencial converso al adventismo. McLearn tenía el título de doctor en Teología, pero era nuevo en los ideales adventistas y no estaba interesado especialmente en la reforma educativa. Como los líderes y los educadores de la iglesia no entendían plenamente los problemas que encerraba la educación tradicional o cómo poner en práctica la reforma educativa, “el Colegio de Battle Creek se convirtió en un colegio tradicional orientado a las lenguas clásicas que no implementó el programa de reforma de Elena de White”.180 Las circunstancias en el colegio exigieron el contundente mensaje “Nuestro colegio”, de Elena de White. Se lo leyó a los principales obreros de la Asociación General y del colegio en diciembre de 1881. Allí, ella declaró que, aunque era necesario el estudio de las artes y de las ciencias, “el estudio de las Escrituras debe ocupar el primer lugar en nuestro sistema de educación” (TI 5:20). Sin embargo, la situación en el colegio empeoró más a principios de 1882, a tal punto que se decidió cerrarlo durante el año escolar 1882-1883. Antes de reabrirlo, los miembros de la junta directiva votaron administrar el colegio “sobre un plan que, en todos los aspectos, esté en armonía con la luz que Dios nos ha dado [...] por medio de los Testimonios”.181 Cuando se reabrió la institución, se hicieron grandes esfuerzos para administrarla sobre la base de los principios expuestos por Elena de White, pero resultó en un gran fracaso. Los obreros involucrados, sin duda, eran honestos en sus esfuerzos, pero no entendían plenamente “la naturaleza radical de las reformas necesarias”.182 Además, una buena cantidad de los principales dirigentes no estaban contentos con los mensajes polémicos de Elena y, además, “muchos [de] entre” los miembros de iglesia “no creían en las visiones”.183 Estos problemas surgieron con frecuencia en los años subsiguientes.
Reafirmación de la salvación por la fe en Cristo
En el Congreso de la Asociación General realizado del 7 al 20 de noviembre de 1883, Elena desplegó un ataque vehemente contra el legalismo adventista, y las dudas, los temores y la incredulidad que son su consecuencia natural. En catorce sermones, ella dio algunas de las presentaciones más claras sobre el evangelio que el adventismo haya oído hasta ese momento.184 Al confrontar a algunos pastores, delegados en el congreso, que “hablaban de temores y dudas” sobre si serían salvos, ella los desafió: “Hermanos, han expresado muchas dudas; pero ¿han seguido a su Guía? Es necesario prescindir de él antes de poder perder el camino, porque el Señor los ha cercado por todos lados” (RH, 15/4/1884). Cuando algunos dieron testimonio de que no tenían la seguridad de la salvación, ella les recordó que “esos testimonios solo expresan incredulidad y oscuridad”. Entonces, sondeó: “Ustedes, ¿están esperando que sus méritos los encomienden al favor de Dios y quedar libres de pecado antes de confiar en su poder para salvar? Si esta es la lucha que hay en su mente, me temo que no obtendrán ninguna fuerza y, al final, quedarán desanimados. Como la serpiente de bronce fue levantada en el desierto, así fue levantado Cristo para atraer a todos los hombres hacia él. Todos los que miraban la serpiente, el medio que Dios había provisto, eran sanados; así que, en nuestra pecaminosidad, en nuestra gran necesidad, debemos ‘mirar y vivir’. Al darnos cuenta de nuestra condición irremediable sin Cristo, no debemos desanimarnos; debemos depender de los méritos del Salvador crucificado y resucitado. Pobre alma enferma de pecado y desanimada, mira y vive. Jesús empeñó su palabra; él salvará a los que acudan a él. Por lo tanto, confesemos nuestros pecados y presentemos frutos dignos de arrepentimiento. Jesús es nuestro Salvador hoy. Él suplica en nuestro favor en el Lugar Santísimo del Santuario celestial y perdonará nuestros pecados. Espiritualmente hablando, hay una diferencia abismal entre depender de Dios sin dudar, como fundamento seguro, o procurar encontrar alguna justificación en nosotros mismos antes de ir a él. Dejen de mirar al yo y miren al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dudar es pecado. La más pequeña incredulidad, si se la alberga en el corazón, envuelve al alma con culpa, y acarrea gran penumbra y desánimo” (RH, 22/4/1884).
Durante ese mismo año, ella hizo declaraciones aun más convincentes mediante una ilustración del camino a la salvación. Ella encargó la regrabación de una litografía que había sido diseñada originalmente por M. E. Kellogg en 1873, y reeditada por James White en 1876 y en 1880. The Way of Life From Paradise Lost to Paradise Restored de Kellogg mostraba, en el centro del cuadro, la Ley de Dios colgada de un árbol al lado de Jesús colgando de la cruz. James White, en 1876, dejó el cuadro básicamente igual, pero indicó que quitara del árbol el ojo que todo lo ve. Alrededor de 1880, James comenzó a hacer planes para revisar la litografía con el objetivo de realizar mayores cambios en el enfoque, pero su participación en el proyecto terminó con su muerte el 6 de agosto de 1881. Dos años después, Elena hizo regrabar el cuadro, pero ubicó a Cristo en el centro, por lo que la Ley de Dios dejó de estar en una posición de igualdad con la cruz. También le dio al cuadro un nuevo título: ella lo llamó Christ, the Way of Life.185 (Ver *Christ, The Way of Life, Grabados).
La revisión de los Testimonios
Entre 1855 y 1881, Elena de White escribió y publicó 31 tomos consecutivos de Testimonios para la iglesia, que fueron reeditados varias veces con formatos distintos. En el Congreso de la Asociación General de noviembre de 1883, los delegados recomendaron volver a publicar todos los números de los Testimonios, “de tal manera que se hagan cuatro tomos de setecientas u ochocientas páginas cada uno”. Elena sentía que muchos de los Testimonios habían sido escritos “bajo las circunstancias más desfavorables” y ella no había podido “revisar con pensamiento crítico la perfección gramatical de los escritos”. Por ende, se había permitido que las publicaciones salieran con esas “imperfecciones” “sin corregir”. Entonces, ella expresó su deseo de que ahora se hicieran las revisiones editoriales apropiadas. Los delegados hicieron notar que los adventistas “creen que la luz dada por Dios a sus siervos es para la iluminación de la mente, impartiendo así los pensamientos y no (excepto en casos excepcionales) las mismas palabras con las que se deben expresar las ideas”. Por lo tanto, resolvieron “que, en la nueva publicación de estos tomos, se hagan los cambios verbales para, hasta donde sea posible, quitar las imperfecciones antes mencionadas sin cambiar la idea de ninguna manera”.186 Cuando surgieron discusiones durante los siguientes meses sobre la posibilidad de revisar los escritos de Elena de White, ella explicó que Dios le había mostrado, años antes, que ella no debía “demorar en publicar la importante luz” simplemente porque “no podía preparar el material en forma