Denis Fortin

Enciclopedia de Elena G. de White


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White asistió en su vida, es probable que ninguno haya tenido un mayor impacto en ella –y en su Iglesia– que el Congreso de la Asociación General que se realizó en Minneapolis, Minnesota, en el otoño de 1888; ella lo llamó “la lucha a brazo partido más dura e incomprensible que hayamos tenido en nuestro pueblo”. Antes del congreso, ella le tenía terror a la confrontación, porque preveía que, en la controversia, algunos perderían la fe. Sin embargo, ella insistió en que, debido a que se había esparcido entre los adventistas un legalismo no reconocido, este debía ser enfrentado y expuesto, o toda la iglesia sería envenenada por él. Afligida y totalmente desalentada, Elena se había propuesto dejar Minneapolis en medio del congreso cuando “el ángel del Señor se paró a mi lado y me dijo: ‘No lo hagas. Dios tiene una obra para que hagas en este lugar’ ”. Y aunque ella después lo llamó “uno de los capítulos más tristes de la historia” adventista, ella creía que, al final, “resultaría en un gran bien”. Elena enfatizó: “No estamos desanimados en lo más mínimo. [...] La verdad triunfará, y tenemos la intención de triunfar con ella” (Ct 82, 1888, en 1888M 182, 184; Ct 2a, 1892, en MR 14:108; Ct 179, 1902, en MI 1:138). ¿Qué había sucedido que provocó tanta tristeza?

      Durante los siguientes dos años, Elena dirigió reuniones de reavivamiento con E. J. Waggoner y A. T. Jones por toda Norteamérica, señalando los resultados tristes de la teología defectuosa y buscando unificar a la iglesia sobre la doctrina de la justificación por la fe. Ella rogó: “Como pueblo hemos predicado la Ley hasta quedar tan secos como las colinas de Gilboa, que no tenían ni rocío ni lluvia. Debemos predicar a Cristo en la Ley, y habrá savia y alimento en la predicación, que será como comida para la hambrienta grey de Dios” (RH, 11/3/1890; la cursiva fue añadida).

      “Es precioso el pensamiento de que la justicia de Cristo nos es imputada no por ningún mérito de nuestra parte, sino como don gratuito de Dios. El enemigo del hombre y de Dios no está dispuesto a que esta verdad se presente con claridad porque sabe que, si la gente la recibe con plenitud, su poder será roto. Si él puede controlar la mente para que la duda y la incredulidad sean la experiencia de los que dicen ser hijos de Dios, él puede vencerlos con la tentación. Esa fe sencilla, que acepta la palabra de Dios al pie de la letra, debe ser animada” (RH, 3/9/1889; cf. OE 166, 167).

      “La Ley y el evangelio van de la mano”, declaró. Elena reconocía que los adventistas del séptimo día habían promulgado “los Mandamientos de Dios”, pero afirmaba que “la fe de Jesús no había sido proclamada [...] como de igual importancia”. Aunque se “hablaba de” la fe de Jesús, “no se la entendía”. Entonces, preguntó: “¿Qué constituye la fe de Jesús?” Según lo que ella entendía, la respuesta a esa pregunta era: “Jesús se convirtió en nuestro portador del pecado para llegar a ser nuestro Salvador que perdona los pecados. Fue tratado como nosotros merecemos. Él vino a nuestro mundo y tomó nuestros pecados para que nosotros podamos tomar su justicia. La fe en la capacidad de Cristo para salvarnos ampliamente, plenamente y completamente es la fe de Jesús” (Ms 24, 1888, en 1888M 217).

       Atraer a su hermana Lizzie