Denis Fortin

Enciclopedia de Elena G. de White


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ese momento, él comenzó a ver el despojarse de sus responsabilidades administrativas más como un privilegio que como un sacrificio. Willie le escribió a G. A. Irwin: “Me estuve liberando de algunas responsabilidades aquí. Me siento muy bendecido por el cambio y pienso que es mejor para la obra”, porque las responsabilidades ahora serían tomadas por personas que anteriormente habían dependido de que él las llevara.249 Sin embargo, no fue hasta que partió hacia los Estados Unidos que Willie fue plenamente capaz de liberarse de sus demás responsabilidades. Nunca más se involucraría tanto en compromisos externos al punto de no estar disponible para su madre. Al llegar a los Estados Unidos, ella escribió: “Todos mis trabajadores y el propio W. C. White entienden que, al dejar Australia, W. C. W. dejó todo deber oficial para poder ayudarme en mi obra con los libros. Lo empleo como mi ayudante general en esta obra” (Ct 139, 1900, en 1888M 1.714; Ct 371, 1907, en Fl 116 10-16). Desde 1900 hasta el fallecimiento de Elena de White, en 1915, William C. White sería su vocero, su enlace y su jefe de personal. En el proceso, él se prepararía para ser el custodio primario de los escritos de Elena después de 1915.

       Obrera experimentada (1900-1915)

       Establecimiento de una residencia

       Congreso de la Asociación General de 1901

      Aunque no especificó “de qué modo” se “debía lograr” esta reorganización, ella insistió en que las pesadas responsabilidades del liderazgo debían descansar sobre un grupo más grande de hombres. “Debe haber más de uno o dos o tres hombres para abarcar el vasto campo completo. La obra es grande y no hay ni una mente humana que pueda planificar la obra que se debe hacer”. Ella instó a los delegados a tomar en serio la obra que se debía hacer en el congreso. “Que cada uno de ustedes vaya a casa, no a charlar y charlar, sino a orar. [...] Vayan a casa y rueguen a Dios que los moldee según su semejanza divina” (ibíd.). En esta línea, enfatizó la seguridad personal de la salvación de cada uno. “Cada uno de ustedes puede saber por sí mismo que tiene un Salvador vivo, que es su ayudador y su Dios. No necesitan decir: ‘No sé si soy salvo’. ¿Creen en Cristo como su Salvador personal? Si es así, alégrense. No nos alegramos ni la mitad de lo que deberíamos” (GCB, 10/4/1901).

       Relación con Arthur G. Daniells