Denis Fortin

Enciclopedia de Elena G. de White


Скачать книгу

hecho, “el poder de Dios habría atravesado el congreso y habríamos tenido un Pentecostés” (ibíd.). De los registros de este congreso de la Asociación General, deriva una de las pocas oraciones impresas de Elena de White. Ella se dirigía a Dios no tanto como “Padre nuestro”, sino que usaba regularmente frases como “mi Padre celestial”, “Oh, mi Padre” y “mi Salvador” (GCB, 2 y 6/4/1903). Para ella, aun las oraciones públicas eran obviamente no solo ejercicios convencionales, sino también “abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo” (CC 79).

      El 2 de abril, la Comisión de Planes y Constitución recomendó que tanto la casa editora Review and Herald como la sede de la Asociación General se trasladaran de Battle Creek. Al hablar de este asunto, Elena de White hizo un elocuente llamado a ser justos al tratar con J. H. Kellogg. Ella declaró: “Se convirtieron muchas almas y se lograron muchas curas maravillosas” por la obra de Kellogg y del Sanatorio de Battle Creek. Ella condenó la oposición que él había recibido. Algunos habían tratado de “hacer la obra del Dr. Kellogg lo más difícil posible para elevarse a sí mismos”, y muchos habían rechazado y ridiculizado los principios de Reforma Prosalud que él enseñaba. Ella afirmó: “Dios dio la luz sobre la Reforma Prosalud, y los que la rechazaron también rechazaron a Dios. Algunos, aun sabiendo que no era cierto, dijeron que todo venía del Dr. Kellogg y le hicieron la guerra” (GCB, 3 y 6/4/1903). Sin embargo, mientras ella abogaba por una actitud de apoyo hacia Kellogg y hacia el sanatorio recién reconstruido, ella rehusaba respaldar sus teorías teológicas de él, y exigió que se estudiara de qué modo la Asociación General podría poseer directamente el Sanatorio de Battle Creek. Además, Elena era inequívoca en su apoyo a mudar la casa editora fuera de Battle Creek; dijo: “Nunca pongan una piedra o un ladrillo en Battle Creek para reconstruir la oficina de la Review allí. Dios tiene un lugar mejor” (GCB, 6/4/1903). Se autorizó una comisión para investigar lugares adecuados donde reubicar la oficina de la Review y la sede de la Asociación General.

      El congreso de la Asociación General de 1903 revisó la constitución para restaurar el cargo de presidente, reeligió a Daniells y apoyó su política de no endeudamiento. El congreso también aprobó la resolución de que la Asociación Internacional Médico-Misionera y de Benevolencia debía “arreglar su cuerpo constituyente y su constitución” para convertirse en “un departamento de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día”. También se votó trasladar la sede denominacional y la casa editora Review and Herald fuera de Battle Creek a un lugar todavía no determinado (GCB, 14/4/1903).

       Traslado de la Asociación General y de la casa editora a Washington D. C.

       El clímax de la crisis de Kellogg

      Poco después, Daniells recibió otra carta de Elena, titulada “Se debe actuar resueltamente ahora”, donde ella explicaba la historia detrás del momento oportuno en el que los testimonios habían sido enviados al concilio de otoño. Esta carta sería un gran punto de referencia para Daniells y Prescott durante los siguientes cuatro años. Elena escribió a Daniells: “Poco antes de enviar los testimonios que usted dijo que llegaron justo a tiempo, yo había leído un incidente sobre un barco en la niebla que se encuentra con un témpano. Durante varias noches dormí poco. Parecía estar aplastada como un carro bajo las gavillas. Una noche, se me presentó claramente una escena ante mí. Un navío estaba en las aguas en una densa niebla. De repente, el vigía gritó: ‘¡Témpano justo enfrente!’ Ahí, irguiéndose por encima del barco, había un témpano gigantesco. Una voz con autoridad gritó: ‘¡Enfréntalo!’ No hubo ni un momento de vacilación. Era un momento de acción instantánea. El maquinista puso el vapor al máximo y el timonel condujo la nave directo al témpano. Chocó el hielo con un estruendo. Hubo una conmoción terrible y el témpano se rompió en muchos pedazos, que cayeron sobre la cubierta con un ruido atronador. Los pasajeros fueron sacudidos violentamente por la fuerza de la colisión, pero no se perdió ninguna vida. El navío estaba dañado, pero nada irreparable. Rebotó del contacto, temblando de proa a popa, como si fuera una criatura viva. Después, siguió adelante en su camino. Bien sabía yo el significado de esta representación. Tenía mis órdenes. Había oído las palabras como una voz viva de nuestro Capitán: ‘¡Enfréntalo!’ Supe cuál era mi deber y que no había que perder ni un momento. Había llegado la hora de actuar resueltamente. Debo obedecer, sin demora, la orden ‘¡Enfréntalo!’ Por esto usted recibió los testimonios cuando los recibió. Esa noche estaba despierta a la una, escribiendo tan rápido como mi mano pudiera pasar por el papel. Todos permanecimos en nuestros puestos como centinelas fieles, trabajando desde temprano hasta tarde para enviar al concilio la instrucción que pensamos que podría ayudarle” (Ct 238, 1903, en Bio 5:301).