tierna que al otro trío de mocosas estiradas. Ellas empiezan a insultar a la pequeña con frases no adecuadas para su edad y a decirle cuanto insulto se les ocurra. Desde “gorda” y “fea”, hasta palabras que hubieran ocasionado que mi madre me de unos cuantos golpes en el culo.
Nadie interfiere en la escena. Solo estoy yo, quien expectante e indignada, me decido a interferir.
En poco tiempo, aparece una mujer joven a quien una de las niñas llama como “Nana”. Ella lleva un moño mal hecho de lo que parece ser un calcetín y trae puesta una camiseta manchada de salsa tomate.
Hago un esfuerzo y decido entablar una conversación civilizada e informarle lo sucedido. Aclaro la garganta antes de hablar y, aunque cierto temor por su apariencia, trato de ser lo más amable posible.
Amable, linda y generosa.
¿Qué de malo podría pasar?
Octavo Intento
Tengo el cabello como un nido de pájaro, el rímel corrido, moretones en los brazos y un taco roto.
Si eso gano siendo amable, linda y generosa...
¡Que se joda Loann!
De la mano llevo a Liana, mi nueva amiguita, y quien es tan dulce como el pie de limón que dejé hecho pure en el parque.
Y es que resultó que la tipa que tenían como niñera, poseía un escaso conocimiento de los buenos modales por lo que no dudó en, al menor descuido, arrojarme sobre el césped y convertirse en un orangután rabioso. A pesar de que traté de quitármela de encima tomándola de los cabellos, logró hacer añicos la mayoría de mi atuendo. Pese a eso, me fui con la cabeza en alto al mostrarle el dedo de en medio y decirle que era una grandísima hija de puta.
—Gracias por hacer eso por mí, Defne —me dice ella de camino a casa —. Siempre han sido crueles conmigo.
Me pongo de cuclillas para mirarla.
—No tienes qué agradecer, pero te aconsejo hablar sobre esto con tus padres. Apuesto a que ellos harían más de lo que hice hoy.
—Mamá cree que Paula y Cloe son buenas niñas. Mamá no sabe que ellas me insultan y golpean cuando no hago lo que desean —una lágrima recorre su mejilla.
La limpio.
—¿Por qué estabas sola?
—Quería salir a jugar y mamá no podía llevarme. La novia de mi hermano estaba en casa cuando se lo dije. Es hermana de Cloe.
La escucho atentamente.
—Cloe tiene una niñera y salen todas las tardes al parque. Ella se ofreció en llevarme hoy con su hermana. Pensé que se quedaría con nosotros, pero se fue y me dejó con Cloe y su niñera. Luego llegó Paula, todo estaba bien, jugábamos a las princesas, pero de repente quisieron que sea su caballo y me negué. ¡No soy un caballo! ¡Soy una princesa!
Malditas enanas diabólicas.
—¿Por qué no se lo has dicho a tu madre?
—Porque se enfadaría con ellas, no me dejaría salir a jugar y ya no tendría amigas. Estaría sola.
—Hey —la miro ceñuda —. ¿Y qué ves en frente de ti? Yo soy tu nueva amiga. ¿Quieres que seamos amigas? —pregunto, estirando una mano para cerrar el trato.
—Tú eres una mujer y yo una niña. Los adultos no son amigos de los niños.
Algo en ella me resulta familiar.
—Claro que sí —insisto—. Tú serías como mi hermanita menor, siempre quise tener una. ¿No quieres?
Ella se tira hacia mis brazos y gimotea en mi hombro.
—Sí quiero —dice, envolviendo sus pequeños brazos alrededor de mi cuello.
Hace mucho tiempo que no me sentía verdaderamente especial. Y no me refiero a ser la chica deseada de la escuela, o a tener una popularidad envidiable por las chicas. Es ese tipo de magia indescriptible que solo se da cuando te conviertes en un verdadero ser humano.
Y como, no estoy en una película de cuento de hadas, pierdo el equilibro producto de mi tacón roto y ambas caemos de culo sobre el asfalto. Sin embargo, nos carcajeamos. Esto es mejor que el pie de limón para aliviar las penas.
Y creo que por fin tengo una verdadera amiga.
***
—¿Esta es tu casa? —pregunto. Mirando hacia la construcción de dos pisos, paredes color gris, un techado hermoso en color marrón y un porche de madera muy elegante.
La casa es moderna y de un estilo minimalista, muy lujosa, a decir verdad, pero, sin duda, lo más hermoso es el camino de mayólica con diseño de piedra y los solares de tierra a lo largo de este.
Trago saliva. Esta familia sí que tiene mucho dinero.
—Sí ¿quieres pasar? Mamá debe estar en casa. Ella te ayudará con esos moretones. Mi abuela le enseñó primero auxilios porque es doctora. Y estoy segura que puede obsequiarte unos zapatos. Tiene muchísimos en su armario.
—Espera —la detengo—. ¿No crees que sería mejor otro día?
Trato de convencer a la pequeña porque no quiero que los dueños de esta casa me vean en estas fachas.
Ella estira una mano, restándole importancia a mi comentario.
—¡Claro que no! ¡Mamá es increíble!
Antes de que pueda emitir otro argumento en contra, ella me hala de un brazo y me lleva hasta el porche. Cuando llegamos, encuentro muebles en color blanco y cojines color naranja, así como una mesa de centro y libros sobre este..
Trato de arreglar el nido de pájaro alisando mi cabello con las manos. Tomo de mi bolso un espejo y me encuentro con que tengo algunos pedazos de hojas en mi cabellera y unas horribles legañas negras.
Rayos.
Cuando intento arreglar un poco el desastre, escucho la voz de Liana pronunciando mi nombre. Frente a mí, una mujer de estatura mediana, cabello castaño, mofletes tiernos y grandes ojos grises me sonríe. Ahora entiendo por qué Liana es tan bonita, su madre también lo es.
—Mamá ella es Defne. Me salvó hoy y es mi nueva amiga.
—¿Cariño? —pregunta ella, luego posa su mirada en mí y me observa confundida.
—No te lo había dicho, pero… —Liana levanta la vista hacia mí y yo la animo a hablar.
—Cloe es mala conmigo, hoy me insultó y golpeó. Paula y ella son malas conmigo.
Su madre parece pasar de un estado de confusión a dolor.
—Defne me salvó y defendió de ellas, pero la bruja niñera de Cloe la golpeó.
—Mucho gusto señora, soy Defne —extiendo una mano, sin embargo, ella se acerca hacia mí y me da un beso en la mejilla.
—Dime Annie o Anna —parece estar contrariada—. Dios mío, ¿en qué momento pasó todo eso? —me pregunta.
—Estaba caminado cerca al parque cuando vi todo. Una de las niñas golpeó a Liana y tuve que interferir para que no le hicieran más daño. Yo…
Annie me estrecha en un abrazo.
—Por Dios, muchas gracias, Defne.
Me quedo sorprendida ante su repentina muestra de agradecimiento.
—Hoy mismo hablaré con esas niñas y sus madres —dice, para luego tomar el rostro de su hija entre sus manos—. Nadie te hará daño, mi amor. Esas mocosas deben saber que nadie se atreve a molestar a mi hija. Si tuviera su edad las abofetearía y les diría unas cuantas verdades. Y sus madres, maldita sea no tienen la menor idea de cómo educar sus hijas, pero les aseguro que iré y…
—Mamá, has maldecido ... —murmura Liana.