la mano.
Pronto entiendo que el tierno cerdito será sacrificado por lo que, sin pensarlo dos veces, me inclino para tomarlo entre mis brazos y sostenerlo junto a mi pecho.
—Bien hecho, señorita, ahora será más fácil atraparlo —dice el viejo.
Me indigno por su frase.
Miro hacia mis lados y decido hacer la primera locura del día.
Y esta vez no es por Loann, señores y señoras, por el cerdito.
Huyo con el cerdo.
Corro hacia la cerca de la entrada, por el camino se me atraviesan gallinas y patos que saltan despavoridas dejando sus plumas sobre mi costoso atuendo. Y lo increíble es que me siento tan dichosa de estar haciendo el ridículo, que llevo una sonrisa imborrable de mi rostro, hasta que...
La débil correa de mi sandalia se desprende de la zuela, pierdo el equilibrio y caigo sobre el fango pegajoso y hediondo. Sin embargo, eso no me detiene. Con todas las fuerzas que me quedan, tomo aliento, sostengo al cerdo en mis manos y continúo hacia la cerca. Varios metros lejos del grupo, echo a reír como una loca mientras el tierno puerquito levanta su trompa en señal de victoria. Disfruto la sensación de sentirme una heroína por unos minutos, hasta que veo a Loann caminar hacia mí con un rostro que expresa un: Maldita, mocosa.
—¿Qué se supone que haría? —me adelanto— ¿Dejar que lo maten? ¡No podía!
—El Sr. Hilton nos dio una gran noticia. El cerdo que nos reservó ya no será para nosotros. Odia que intervengan en el destino de sus animales, llámalo idiota, pero él es dueño de la granja.
—Pues que se joda el Sr. Hilton. Este cerdo vino hacia mí en busca de ayuda y yo se la di. ¿No es esa la esencia de nuestra carrera? ¿Ayudar a los seres vivos?
—Defne esta es una granja, los animales mueren aquí todos los días.
—Pues no hoy.
—Dijo que le informaría de nuestra falta de profesionalismo a River.
—Que se joda River también— mascullo.
Loann ríe, pero no de diversión. Sé que oculta tras esa risa sus ganas de arrancarme los cabellos.
—Eres muy egoísta —me dice—. Típica niñita malcriada.
—Pues lo prefiero a ser un insensible maldito como tú.
—Hey, no me maldigas —me detiene—. Retíralo.
—Aparte de insensible, paranoico y supersticioso —me burlo.
Lleva una mano al puente de su nariz y lo frota de manera exasperada. Está más que enfadado, lo sé, pero no me importa. No cuando este tierno cerdito ha venido hacia mí de una manera casi milagrosa. Él confía en mí, no puedo dejarlo en manos de esos rufianes.
—Bien, obstinada, hablaré con el Sr. Hilton. Tal vez él pueda obsequiarnos este cerdo. Lo intentaré, aunque dudo que acepte así que tendré buscar otra solución.
Mis ojos se iluminan, si no tuviera al puerco en mis manos, estaría corriendo como loca hacia él para besarlo. Pero no puedo y lo agradezco. Hacer dos ridículos en un día no está en mis planes.
Minutos después, mis brazos están adormecidos por el peso del cerdito, pero no me atrevo a soltarlo. Temo que huya y no sea yo quien lo salve esta vez.
A unos metros de distancia, veo a Loann caminar hacia mí y al grupo mantenerse lejos. Todo está perfecto hasta que noto que de su brazo está colgada la cucarachita. Esa mujer no se cansa de ser impertinente.
Ya hasta parece que sospecha que quiero algo con su novio…
—El cerdo tiene un precio —aclara él—. Quinientos dólares es el precio de tus actos heroicos, Defne. Y te tengo una mala noticia, nadie quiere colaborar con un centavo —refunfuña.
—Yo lo pagaré —informo.
—¿Tienes quinientos dólares en tu bolso? —pregunta, con las manos en las caderas. No me gusta esa pose de divo, pero a la vez me enloquece. Lo hace lucir más sexi.
—No... — estiro la palabra—. ¿Aquí aceptan tarjetas?
—Es una granja, no un centro comercial —aclara Disney.
—Digamos que lo reservo.
—Solo compras al contado, genio —refuta ella.
—Yo lo pagaré, es todo —interviene Loann, su frase nos deja sin aliento. Tanto al sucio cerdo como a mí.
Y al tierno puerco también.
—Loann, espera un momento, sabes que ese dinero lo tenemos reservado para otras cosas. No puedes siquiera pensar en ello— Disney refunfuña alto y claro, ni siquiera le importa que sea testigo de su pequeña pelea.
Me muevo unos pasos para darles privacidad y acaricio a mi nuevo mejor amigo con mucho agradecimiento. Quién diría mi querido hermano/amigo/animal, que tú serías mi flor de loto esta tarde.
—Ya lo hice, Lili. Ya pagué por el puerco —escucho decir a Loann.
Uhh.
—¡¿Qué?! ¡El dinero de nuestros pasajes! —vocifera.
Mi corazón revolotea como una mariposa en un campo verde. Soy un chimpancé con exceso de alegría. Una damisela bailando su canción favorita de todos los tiempos. Un elefante al que le pica el culo. Soy todo lo que conlleva expresar locura, emoción y genuina felicidad.
Lilian luce molesta, iracunda y hasta un poco rabiosa. Pero no dice ni una sola palabra más, solo se limita a respirar hondo y frotarse el borde de la frente. Ni siquiera mira a Loann o a mí, solo se aparta del lugar y va de vuelta al grupo. Cooper camina tras de ella, y en cuanto lo veo alejarse solo un poco, me atrevo a agradecerle a lo lejos. Mi voz provoca que él gire la cabeza sobre su hombro para mirarme.
—No te acostumbres demasiado a él, tómalo como consejo.
***
Llegar a casa con un cerdo como mascota no era mi idea cuando salí de casa, mi idea era llegar con Loann arrojarlo a mi cama y hacer todo lo que quisiera con él. Pero bueno, el tierno cerdito ha tenido sus ventajas. Por primera vez he conseguido, y sin proponérmelo, que Cooper muestre condescendencia conmigo. Eso es algo muy fructífero para mí y con mis planes de enamorarlo. Si no estamos unidos por amor, al menos lo estaremos por el cerdo. Es eso o nada.
Luego de quitar fango, plumas de gallina de pato, heno de caballo y demás cosas que no quiero ni imaginarme de mi cuerpo, empiezo a dar una limpieza profunda al puerco. Quien hasta ahora no tiene un nombre en particular. Quizás sea buena idea preguntárselo a Loann, después de todo, aunque diga que no, es el padre adoptivo.
Madre mía, qué bien suena eso.
Mamá llega cuando el cerdo está bañado, alimentado y dormido en mi habitación. Cuando oigo sus llaves en la primera planta, corro como una niña a contarle mi aventura de hoy. Mientras bajo las escaleras, la veo desplomarse en el sofá y tirar su bolso en el piso. Luce cansada y muy agobiada. Me quedo dubitativa de romper su silencio o no. Mamá y yo siempre hemos sido muy respetuosas de nuestra privacidad. Sin embargo, cuando ella gira y me da una sonrisa débil, sé que debo bajar.
—Mamá, ¿todo está bien? Parece que has tenido un mal día.
Ella respira profundo y entre tanto gimotea levemente, lo que me hace correr a abrazarla.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué lloras?
—Es tu padre.
Su respuesta me sorprende, ellos hace mucho tiempo que no mantienen una relación cercana. Se divorciaron cuando tenía seis años, papá se casó con otra mujer y ahora tiene hijas más pequeñas que yo, de diez y trece años. No las conozco, ni quiero hacerlo. No me interesa mucho la nueva vida que lleva ahora.
—¿Saliste con papá?