de pie. Luego, camina alrededor de su pupitre y se dirige hacia la silla en donde estoy. Ahora no capto nada en su mirada, pero sí sé que está punto de decirme algo.
¿Tengo el puesto o no?
Creo que no.
Décimo cuarto Intento
—¿Puedes ponerte de pie? —pregunta la señora Annie, y yo lo hago. Un poco insegura de su siguiente acción, pero obedezco sin rechistar.
Ella toma mis hombros y me observa con ojos brillosos. No comprendo por qué lleva una mirada muy triste, pero sí puedo asegurar que está a punto de derramar unas cuantas lágrimas.
Me sorprendo aún más cuando envuelve sus brazos maternalmente en mi espalda y me obsequia un fuerte abrazo. Por un momento me quedo un poco atónita, pero no tardo en corresponderle. Segundos después, limpia unas cuantas lágrimas de su rostro y sonríe, mientras yo, no comprendiendo absolutamente nada, la miro boquiabierta.
—¿Estoy contratada? —pregunto. Mi voz se oye como la de una niña que desea recibir su regalo de navidad.
Annie me muestra una sonrisa muy ensanchada.
—Mañana mismo puedes empezar, cariño.
Un pequeño grito de emoción escapa de mis labios, pronto lo cubro con una de mis manos y Annie echa a reír.
—¡Muchísimas gracias! —alcanzo a decir, antes de que el siguiente gritillo termine por escabullirse por mi boca.
Estaré cerca de él.
—Creo que eres la indicada para cuidar de Liana, además ya me demostraste que eres una persona en la que puedo confiar. No necesito que pases más pruebas.
Quiero saltar en un pie, pero no puedo. No frente a mi nueva y bondadosa jefecita. No quiero que ella se arrepienta o crea que contrato a una loca... un poquito obsesionada con su hijo.
No qué va.
Annie me indica la documentación que debo traer el día de mañana para el contrato, y yo trato de grabar cada uno de ellos en mi cabeza. Estoy aturdida, pero feliz. Por fin tengo un trabajo. Por fin podré ayudar a mamá. Y por fin seré una chica autosuficiente.
Después de que charlamos un rato acerca de mis horarios en la universidad y el tiempo que dispondré para cuidar a Liana, Annie intenta mostrarme algunos lugares de la casa. Sin embargo, nos distrae la voz más ronca, dulce y a la vez sexy, del planeta entero.
La voz de Loann.
Mi cerebro no procesa sus palabras, solo estoy ahí, como un objeto más de la casa. Embobada por el bello tono de su voz, obsesionada por ese timbre que me enloquece y me tranquiliza a la vez. ¿Puede algo causarte ese grado de perturbación? ¿Puedo sentir locura y tranquilidad con tan solo escuchar a este hombre hablando con su madre?
Diagnóstico:
Tienes Estupiditis aguda.
Causa: La carita hermosa de Loann Cooper.
Cura: Tener una noche de pasión en sus brazos.
Contraindicaciones: Puedes volverte más estupiditis de lo que ya estás por él.
Mis pensamientos son desactivados cuando escucho la voz de Annie preguntándome si deseo cenar con ellos, a lo que yo me quedo muda. En otro momento me encantaría poder pasar tiempo con ellos y, sobre todo, conocer más de mi té helado, pero no ahora. No quiero que él piense que estoy siguiéndolo, y no quiero verlo junto a ella. Sé que Disney está en la casa. Puedo oler su perfume barato desde aquí.
Bueno no, pero me gusta ser una perra dramática.
—¿Qué dices, Defne? ¿Te quedas a cenar con nosotros?
Me encantaría suegra, pero no puedo.
Oculto ese tonto pensamiento tras una sonrisa media.
—Lo lamento, debo estar con mi madre. Ella y yo cenamos todas las noches juntas. Quizás en otra ocasión —chasqueo los dedos—. Quizás el día que ingreso a trabajar con ustedes.
Annie asiente.
—Perfecto. Quiero presentarte a mi hijo, creo que él y tú se llevarán muy bien —Annie palmea mi hombro, ella lleva esas sonrisas en las que captas un plan malicioso.
Me gusta su actitud, me hace recordar a mamá cuando se le meten planes locos en la cabeza. Annie y mi madre deberían ser amigas.
—¡Mamá! —escucho a Loann gritar.
—¡Ya voy! — grita Annie acercándose a las escaleras.
—¡Se acabó el papel higiénico! —chilla Loann.
Quiero explotar en risa, y lo haría si no fuera por las mejillas enrojecidas de la señora Vega.
Vaya, vaya, Té helado. Puedes ser un jodido hielo, piedra, arrogante, mal humorado, pero no sabes que cuando entras a un sanitario lo primero que debes revisar es si hay papel o no. ¡Genio! Ojalá fuese tu amiga para molestarte siquiera un poco. Me odiarías, pero amarías como no tienes idea, todos lo hacen.
—Perdona, él no sabe que estás en casa... —se disculpa Annie, luego dirige su voz nuevamente hacia las escaleras—. ¡Loann! ¡Tenemos visitas!
Cuando nos miramos, solos nos queda reír hasta que nos duela el estómago.
Me voy de casa de los Cooper con una sonrisa ensanchada e imborrable. Tengo el trabajo de niñera de nada más y nada menos que la hermana menor del hombre de mis sueños; recibiré dinero por estar cerca del chico que me gusta y podré ayudar a mamá con los gastos de la casa.
Solo me falta una cosa.
Quisiera que Loann vea lo que yo veo en mí.
Me gusta la moda, pero no soy superficial.
Me siento hermosa, pero no soy soberbia.
Me gusta ser delgada, pero no considero que sea necesario para tener actitud.
Estoy conforme conmigo misma, pero siempre quiero mejorar.
Quiero su amor, pero no quiero hacerlo caer en la infidelidad.
Aunque muchas veces he tenido toda la intención.
Quiero a Loann, no como un capricho. Solo quiero que me vea.
***
—¡Faltan dos días para la fiesta de Trina! —exclama Larry mientras caminamos a nuestra siguiente clase. Antes de responderle, saco un labial rojo de mi bolso y retoco mis labios.
—¿Y eso qué? Nunca te han interesado las fiestas de Trina, tu ex —digo burlona.
Larry me empuja con un codo y provoca que manche mi rostro de labial.
—Pero qué mierda —reniego.
—Escucharte decir a cada momento que Trina es mi ex, es como quemarme el culo en una parrilla. Y, créeme, preferiría que hicieras eso.
—No es como si hubieras tenido sexo con ella.
Larry inclina la cabeza hacia un costado.
Detengo mi retoque para exclamar.
—¡Dijiste que solo fueron dos días!
—Dos días intensos —me corrige.
—Wou —suspiro—. Eso fue un poco rápido.
—No querrás escuchar lo que hace al mes de relación.
Me estremezco.
—No deberías contarme sus intimidades, es perverso — digo, con una mueca de desagrado.
—Trina lo hace siempre, por eso la detesto. No te lo había dicho nunca, pero habla porquerías de mí en el sexo, ¿debo ser amable con ella?
—Solo sé diferente y no caigas en ese juego tan ridículo— le doy una palmadita en el rostro—.