la noción teórica de maniobrar estratégico significa añadir una dimensión retórica al marco teórico de la pragma-dialéctica. A fin de remediar la completa separación entre los enfoques dialéctico y retórico al discurso argumentativo que se efectuó en el siglo XVII, debe cerrarse la brecha conceptual y comunicativa que existe entre las dos diferentes comunidades de investigación involucradas (van Eemeren & Houtlosser, 2002b: 136-138; van Eemeren, 2013 [cap. 10 de este libro]). Peter Houtlosser y yo pensamos que las perspectivas retórica y dialéctica no son incompatibles e incluso pueden ser complementarias (véase cap. 10 de este libro). Desde nuestro punto de vista, que en este punto se opone a ambas tradiciones, la dialéctica y la retórica, el ser efectivos retóricamente en el discurso argumentativo solamente vale la pena si la efectividad en cuestión se logra dentro de los límites de la razonabilidad dialéctica; y al contrario: proponer, en teoría de la argumentación, criterios dialécticos de lo que es razonable solamente tiene significado práctico si se combina con un examen de la aplicabilidad de las herramientas retóricas para lograr efectividad. Por ello es que pensamos que el futuro de la teoría de la argumentación residirá en una integración constructiva de las perspectivas dialéctica y retórica (van Eemeren, 2010: 87-92). En esta empresa la noción de maniobrar estratégico es la herramienta teórica primaria en pragma-dialéctica.16
5. Investigación empírica de la efectividad razonable
El introducir la noción teórica de maniobrar estratégico dentro de la teoría pragma-dialéctica extendida ha abierto nuevas áreas de investigación empírica. En un nuevo y abarcador proyecto de investigación sobre “falacias ocultas”, Bart Garssen, Bert Meuffels y yo hemos comenzado en 2010 con una serie de experimentos acerca de la relación que la búsqueda, por parte de los argumentadores, de efectividad retórica guarda con su cumplimiento de los criterios dialécticos de lo que es razonable. En nuestro artículo “Efectividad mediante razonabilidad” [o “Efectividad razonable”, véase nota 7] formulamos tres hipótesis teóricamente motivadas que son vitales a la hora de lanzar este tipo de investigación empírica (van Eemeren, Garssen & Meuffels, 2012a).17 Hemos también mostrado que las tres se ven apoyadas fuertemente por datos empíricos pertinentes.
(1) Puesto que saben cuáles contribuciones a la discusión deben considerarse razonables y cuáles no, los argumentadores ordinarios son en alguna medida conscientes de lo que implican sus obligaciones dialécticas. Si no fueran conscientes de ningún criterio de lo que es razonable, entonces no habría una relación racional entre tratar de ser efectivos y seguir siendo razonables en su maniobrar estratégico. Al emitir sus juicios sobre lo que es razonable, los argumentadores ordinarios prueban en los hechos que utilizan criterios en fuerte correspondencia con las normas incorporadas en las reglas de discusión crítica (van Eemeren, Garssen & Meuffels, 2009: 206). El hecho de que se comprometan a criterios de razonabilidad equivalentes a los criterios pragma-dialécticos hace posible dar un contenido más claro a qué significa para ellos ser razonable.
(2) Los argumentadores ordinarios asumen que en principio la otra parte en una discusión se comprometerá al mismo tipo de obligaciones dialécticas que ellos. Si no partiesen de este supuesto, no tendría sentido para ellos apelar a los criterios de lo que es razonable ofreciendo argumentación que justifique sus puntos de vista. El hecho de que asuman la existencia de criterios compartidos de razonabilidad hace posible que conecten los criterios de razonabilidad propios con su búsqueda de efectividad de cara a la otra parte.
(3) Los argumentadores ordinarios prefieren —y asumen que sus interlocutores también prefieren— que las contribuciones a la discusión que no cumplen los criterios de razonabilidad supuestamente compartidos sean considerados como no razonables y que quienes lesionan esos criterios sean llamados a cuentas por no ser razonables. Si no quisiesen que los criterios vigentes fueran respetados, sus afanes argumentativos no tendrían sentido. El que los argumentadores resulten otorgar un significado prescriptivo al ser razonables cuando se participa en prácticas argumentativas, y el que esperen que sus interlocutores hagan otro tanto, permite que interpretemos el vínculo entre ser razonable y ser efectivo de forma que podamos esperar que el ser razonables en principio conduza a ser efectivos, incluso si en una particular práctica comunicativa (o en ciertos tipos de prácticas comunicativas) ser razonable no puede ser el único factor (o siquiera el de mayor influencia) para lograr efectividad. Correlativamente, si no somos razonables o no lo suficiente, entonces hay que esperar que no seremos tampoco tan efectivos.
Con estas consideraciones como telón de fondo, concluimos que tiene sentido para nosotros, como teóricos de la argumentación, el ponernos a examinar empíricamente cuál es la relación entre ser razonable y ser efectivo, cubriendo todas las etapas del proceso resolutorio y tomando en cuenta todos los aspectos del maniobrar estratégico. En esta investigación empírica, definimos una jugada argumentativa como “efectiva” si y sólo si realiza el efecto (perlocutivo) “inherente” a la interacción que convencionalmente se busca cuando se lleva a cabo el acto verbal por el que hacemos tal jugada argumentativa (van Eemeren & Grootendorst, 1984: 24-29). Para servir óptimamente a sus propósitos, la investigación pragma-dialéctica sobre efectividad se concentra en la búsqueda de efectos deseados y externalizables que el maniobrar estratégico tiene sobre el estado de los compromisos dialécticos del destinatario.18 Se enfoca ante todo en los efectos logrados por medios razonables que, comenzando con la comprensión adecuada de la razón de ser funcional de las jugadas argumentativas, dependen de consideraciones racionales por parte del destinatario.19 El que dirijamos la investigación por este camino va de la mano con nuestra idea de que ser razonables es condición necesaria de ser convincentes, lo cual es la versión racional de ser persuasivos (van Eemeren & Grootendorst, 1984: 48).
A la luz de este hallazgo —a saber, que las jugadas argumentativas que son falaces desde la perspectiva de la teoría de la argumentación son también vistas como no razonables por los usuarios del lenguaje ordinario— podría llamar la atención que, cuando tales jugadas ocurren en el discurso argumentativo, las falacias en muchas ocasiones escapen a la atención de los participantes. Un ejemplo notable de falacia que fácilmente pasa desapercibida es la “variante abusiva” del argumentum ad hominem. Cuando a argumentadores ordinarios los ponemos a calificar si casos claros de esta falacia en una situación experimental son o no razonables, ellos juzgan, por abrumadora mayoría, que el uso de esta falacia es una jugada muy poco razonable en una discusión (van Eemeren, Garssen & Meuffels, 2009: 206). Sin embargo, en el discurso argumentativo de la vida real, esta falacia no es detectada en muchísimos casos. Es menester explicar una discrepancia tan llamativa.
En el artículo “The disguised abusive ad hominem empirically investigated” [cap. 9 de este libro], Garssen, Meuffels y yo argüimos que en ciertos casos el ad hominem abusivo puede analizarse como un modo de maniobrar estratégico en que esta falacia adopta una apariencia razonable porque imita las reacciones críticas legítimas ante la argumentación de autoridad (van Eemeren, Garssen & Meuffels, 2012b). Cuando co-argumentadores se presentan incorrectamente como expertos en un cierto campo, o pretender ser dignos de crédito cuando de hecho no lo son, atacarlos personalmente en ese punto es una jugada perfectamente legítima y razonable. Como consecuencia de ocurrir casos especiales como este, puede no ser inmediatamente claro si un ataque personal deba verse como una crítica razonable o más bien como una jugada ad hominem falaz. En dos experimentos hemos puesto sistemáticamente a prueba la hipótesis de que los ataques ad hominem abusivos son vistos como substancialmente no tan poco razonables cuando se los presenta como si fuesen reacciones críticas a una argumentación de autoridad en que la persona atacada se exhibe incorrectamente como experta. La hipótesis se confirmó en ambos experimentos.20
6. Tomar en cuenta el contexto institucional del discurso argumentativo
El maniobrar estratégico no forma parte de una discusión crítica idealizada, sino de prácticas comunicativas multiforme que se han desarrollado en la realidad argumentativa. Por ello es que en la pragma-dialéctica extendida es necesario dar cuenta cabal del macro-contexto constituido por el ambiente institucional de las prácticas comunicativas en que tiene lugar el discurso argumentativo de que se trate.21 Para ello pusimos nuestro tratamiento