Samuel Arbiser

La imperfecta realidad humana


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tradicional aborda el padecimiento mayormente en su costado biológico; y la psiquiatría clásica funciona en consonancia a esos principios, aunque es necesario reconocer que la psiquiatría contemporánea no solo está informada del psicoanálisis y otros abordajes psicológicos, sino que cuenta además con un arsenal terapéutico sorprendentemente eficaz gracias al avance de la ciencia bioquímica y los modernos y precisos estudios de cerebro. Eficacia supresiva acorde a los preceptos de la medicina.

      En cuanto a las “neurosis, psicosis y caracteropatías” se alude a una sistematización psicopatológica muy general; psicopatología que, por otra parte, se fue haciendo cada vez más amplia y precisa a medida que se fueron agregando y refinando nuevas categorías elaboradas por las contribuciones de destacados psicoanalistas posfreudianos. Las psicopatologías psicoanalíticas modeladas por las psicopatologías psiquiátricas constituyen un enfoque más bien teórico solo orientador para la “clínica”, la cual en el consultorio real no se atiene puntualmente a esos cuadros. Por eso vale la pena reconocer el esfuerzo sistematizador de David Liberman (1970; Arbiser, S., 2008) quien, partiendo del estudio del “diálogo analítico” mismo, recurriendo a la teoría de la comunicación, la semiótica y la lingüística, pretende dar cuenta de una clínica real, tal cual se presenta en los consultorios. A estos concurren personas que presentan cada una su propio heterogéneo mapa psíquico; y, desbrozando los distintos componentes de ese mapa, se busca abordar esa singularidad que hace única a cada persona incluso en su padecer.

      En cambio el uso del término “infortunio ordinario”10 (de la traducción al español actualmente más difundida de las Obras completas de Freud) es coloquial y abarca el amplio espectro de los inevitables conflictos corrientes que matizan la vida de las personas en sus variados contextos. Ahí se incluyen el inagotable conjunto de las querellas interpersonales en la vida familiar, laboral o social; y todo un inacabable inventario de penurias individuales. En la sección “Temas clínicos” de mi libro (Arbiser S., 2013), en la exposición de cada caso hay un intento de correlacionar las sintomatologías a esas vicisitudes reales o conjeturales de sus respectivas historias de vida. Redundo, los inevitables “infortunios” personales que, como imperfectos seres humanos padecemos en la imperfecta realidad más allá de las metas de la seguridad, eficiencia y confort holgadamente alcanzadas por el progreso; o, a veces, precisamente porque una vez satisfechas nos desnudan las otras, en especial, una incompletud insaciable. La mera observación en nuestro derredor nos provee sobrados ejemplos en que la acumulación de poder, bienes o fama nunca son suficientes. O, en el terreno más íntimo del amor y la sexualidad, una consecución aceptable tampoco alcanza en tanto anida en el ser humano la convencida expectativa de una posible satisfacción “absoluta” que suele buscarse a través de drogas, “manuales”, “juguetes”, el “poliamor”, u otros múltiples imaginativos recursos11.

      En estas, como en muchas otras esferas de nuestra existencia nos cuesta prescindir de la creencia en una posible perfección totalizadora. ¿Esta afirmación significa acaso que debemos refugiarnos en el conformismo del “Más vale pájaro en mano que cien volando”? ¿Ante la alternativa entre el “conformismo complaciente” o la “insaciabilidad”, cabría alguna “orientación de vida” que sepa guiarnos por un sabio desfiladero que nos evite caer en esas polaridades antagónicas? ¿Se puede abrigar además una flexibilidad tal que, aunque nos precipitemos en uno u otro polo, podamos rescatarnos? Me apresuro a descartar toda pretensión de plantear una “orientación de vida”, más allá de alentar la tolerancia a la incertidumbre de las preguntas sin respuestas. Las respuestas clausuran... y las preguntas abren…

      Concluyo este escrito –casi un indeliberado “elogio a la imperfección”– con la expectativa de haber podido trasmitir la crucial significación de la intrincación mutua y constitutiva entre la viabilidad de nuestra especie y la realidad humana construida por ella, y el papel central que juega el psiquismo en tanto dispositivo que posibilita tal intrincación. Psiquismo como un órgano virtual altamente especializado y por ello superlativamente vulnerable, cuya infinita capacidad de abstracción le permite crear y adaptarnos mejor o peor a lo creado; y cuya facultad de autoconciencia nos expone a experimentar un extenso repertorio, tanto de satisfacciones como de penurias. Matices de la subjetividad que la disciplina psicoanalítica tomó a su cargo abordar, explorar y mitigar, sostenida en un vigoroso cuerpo conceptual imperfecto, también dinamizado por un proceso de asintótica perfectibilidad.

      Bibliografía

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