Samuel Arbiser

La imperfecta realidad humana


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prevención de las guerras, e incluso podría también observarse que muchas veces esas mismas clases las promovieron, amparados en una lente distorsiva ideológica irreductible a pesar de los embates de la realidad. Aunque Freud hace atinadas salvedades y reconoce las variadas multideterminaciones, en este segundo punto se le podría cuestionar su prevalente planteo en un nivel económico-cuantitativo de la dinámica pulsional. Por su “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) sabemos que él no desconocía los aportes de Le Bon acerca de los “fenómenos de masas” y, en mi opinión, con el aporte de la psicología colectiva se podría agregar aun que, en los grupos culturalmente más carenciados donde los logros y gratificaciones narcisistas individuales son magras, el hecho de participar en gestas o eventos épicos y violentos es un factor nada desdeñable como motorizador de la entusiasta participación en las guerras: muy poco parece que puede la experiencia nefasta de las penurias de la guerra ante el espejismo de salir de la medianía de la vida.

      En el tercer punto responde a un interrogante no formulado por Einstein, sino que Freud mismo lo introduce: ¿Por qué los pacifistas se sublevan contra la guerra?

      Acá introduce su conocida y, por mi parte, más discutible postura de oposición entre la cultura y la sexualidad; esta última obligada por aquella a una limitación y un desplazamiento de las metas pulsionales. El desarrollo cultural alienta el fortalecimiento del intelecto y la interiorización de la inclinación a la agresión, que desde el superyó exacerba las restricciones morales. Por lo tanto, postula en los “pacifistas”, más expuestos que otros estratos sociales a los efectos de la cultura, una repulsa intelectual y afectiva contra la guerra, además de una intolerancia estética a sus estragos; repulsa e intolerancia que considera y califica de “orgánica”. Acá conviene recordar que Freud, en su ya mencionada obra “El malestar en la cultura”, plantea la idea de una “represión orgánica”, sustentada en la anatomía humana; esto es: el desarrollo y crecimiento en el hombre de la corteza prefrontal a expensas de la disminución notable del cerebro olfatorio (rinencéfalo), tan desarrollado, por otra parte, en todos los mamíferos cuadrúpedos.

      En mi opinión Freud recoge, en alguna medida, la extendida idea popular de una sexualidad o violencia más exuberante en los grupos sociales menos educados y sofisticados; idea coherente con su creencia de la oposición entre el instinto y la cultura. En mi manera de ver me resulta una simplificación elemental la concepción de una oposición entre los instintos y la cultura; la misma noción de pulsión ya implica una radical transformación del bagaje biológico instintivo a instancias del entorno humano. Es así que el Homo sapiens moderno que aparece hace alrededor de 40.000 años (Richard E. Leakey, 1981) habita dicho ecosistema humano que no es otro que el medio sociocultural; y que es inconcebible el hombre (Homo sapiens) de cualquier época fuera de este medio, como sería imposible concebir la vida de los peces fuera del medio acuático. Si por un momento imagináramos suprimir el factor sociocultural ya no se trataría del Homo sapiens sino que se trataría de mamíferos bípedos que disputarían el territorio en el ecosistema natural, tal cual el creador del psicoanálisis concibió los albores de la humanidad previo al parricidio fundante. Pero dicho sistema sociocultural no es homogéneo, y dentro del mismo se dan infinitas variantes que generan todo tipo de contradicciones y conflictos, que, a mi entender, tanto pueden alentar a las dinámicas conducentes al progreso humano como a las guerras. Pero conviene prevenirse ante la pretensión de que el psicoanálisis aborde problemas que lo desbordan como Freud mismo lo previene y está consignado al comienzo de este escrito.

      Resumen

      El autor aborda el tema de la visión psicoanalítica de la guerra a través de una lectura crítica del conocido intercambio epistolar entre Albert Einstein y Sigmund Freud en las postrimerías de 1932; intercambio que en la literatura psicoanalítica se conoce como “¿Por qué la guerra?”. De la respuesta freudiana se deslindan tres líneas temáticas: 1) La relación entre el poder y el derecho, que el creador del psicoanálisis reformula como oposición entre la violencia y el derecho; lo que le permite volver a sus hipótesis evolucionistas del parricidio original y sus consecuencias, referidas a la instauración de la sociedad, la moral y la religión. 2) A través de la formulación de su última teoría de los instintos, cuyas expresiones en el nivel más general serían los instintos de vida y los de muerte, trata de sustraerse de una simplificación maniquea y voluntarista del bien y el mal en el hombre, subrayando la compleja trabazón instintiva con las instancias del aparato psíquico. 3) En la oposición que Freud hace entre la vida pulsional y la cultura es donde el autor de este artículo ahonda más su lectura crítica de la conocida respuesta a Einstein, aunque no deja de reconocerle una prudencia epistemológica ejemplar y una sagacidad en la observación y análisis de los fenómenos sociales, tanto históricos como contemporáneos.

      Bibliografía

      Arbiser, S. (2003). Psiquis y cultura. Psicoanálisis, APdeBA. Vol. XXV, n. 1.

      ———— (2007). Acerca de la función mitopoyética de la mente. Psicoanálisis, APdeBA. Vol. XXIX, n. 1.

      ———— (2008). Civilización y barbarie. Psicoanálisis, APdeBA, Vol. XXXIII, n. 3, 20. 2011.

      Freud, S. (1912/3). Totem y tabú. Obras Completas, T. XIII, Buenos Aires: Amorrortu.

      ———— (1921). Psicología de las masas y análisis del yo. Obras Completas, T. XIX, Buenos Aires: Amorrortu.

      ———— (1930). Malestar en la cultura. Obras Completas, T. XXI, Buenos Aires: Amorrortu.

      ———— (1932). ¿Por qué la guerra? Obras Completas, T. XXII, Buenos Aires: Amorrortu.

      Hobbes, Th. (1651). Leviatán. Fondo de Cultura Económica.

      Leakey, R. E. (1981). La formación de la humanidad, Barcelona: El Serbal.

      Locke, J. (1689). Segundo tratado sobre el gobierno civil. Editorial Alianza.

      Montesquieu, Ch. (1748). El espíritu de las leyes. Madrid: Biblioteca Nueva.

      Reeves, H., Rosnay, J., Coppens, Y., Simonnet, D. (1997). La más bella historia del mundo. Santiago de Chile: Andrés Bello.

      Schutt, F. E. (2005). La fascinación del Líder, APM, Madrid: Biblioteca Nueva.

      1 Trabajo publicado en el n. 17 del año 2013 de la Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis.

      2 Recomiendo al respecto de este tema el exquisito libro La más bella historia del mundo, de Hubert Reeves, Joel de Rosnay, Yves Coppens y Dominique Simonnet (1997).

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      LA CONFIDENCIALIDAD. SU CENTRALIDAD EN PSICOANÁLISIS1

      La discreción es, sin duda, un valor meritorio generalmente aceptado como tal en la vida social civilizada, y legislada además en la mayoría de los países como el derecho a la privacidad. Cuando la discreción se traslada a la práctica médica se transforma en “secreto médico”, que no sólo es tradición y una obligación ética (Juramento Hipocrático), sino una responsabilidad ante la ley, cuya violación en la Argentina es castigada por el Código Penal (art. 156). También es indiscutible –y este criterio es unánimemente compartido por los psicoanalistas– que el ejercicio psicoanalítico exacerba aún más esa necesidad de confidencialidad, al punto de convertirla en un eje central de su práctica. De ahí el acertado y esclarecedor comentario de Anne Hayman (Comparative Confidentiality in Psychoanalysis, p. 2): “Si el médico general fuera indiscreto respecto de su paciente, podría no actuar éticamente, pero no dejaría de tratar la neumonía en forma adecuada. Pero si yo (el psicoanalista) fuera a hablar indiscretamente de mi paciente, no sólo sería poco ético sino que también destruiría la esencia de la terapia”.

      De este modo, la confidencialidad está tan consustanciada con la práctica psicoanalítica y su observancia se da tan por sentada que no la solemos indagar en nuestra actividad