debajo de ella y había comenzado a mirarla de manera melosa. Pero no era nada de eso, sino que le pidió que se levantara porque le hormigueaban las piernas. Dalia se incorporó antes de que él volviera a hacer la seña indicando el excesivo peso de ella sobre las rodillas de él.
La directora de la publicidad mandó terminar con la filmación y despejó la zona. Les indicó a todos que podían irse, ya fuera en la camioneta que los había traído y que tardaba dos horas en llegar a Stavanger, o en el barco que navegaba por el Lysefjord como recomendara el médico del parque. Dalia se puso sus jeans y un jersey violeta muy grueso, con cuello alto, para que le devolviera un poco de calor a sus pulmones y a sus cuerdas vocales. Era raro el clima en ese país, pero no se debía especialmente al cambio climático. Oslo estaba en el mapa más hacia el continente, mientras que Ryfylke formaba parte de la escarpada costa; sin embargo, en Oslo en invierno hacía cuarenta grados bajo cero, mientras que en Ryfylke no bajaba de cero grados. Dalia estaba segura de que esta falta de lógica del clima había acabado por enloquecer a los noruegos; todos eran completamente normales hasta que se ponían a hablar del clima. Los únicos dos temas que les arrancaban refunfuños eran el clima y los suecos; a los suecos no los podían ni ver. La directora le ordenó a Arvid que acompañara a la actriz en el viaje en barco hasta Stavanger. Después se volvió de espaldas a Dalia y se fue sin despedirse.
CAPÍTULO 9
Viaje a Lima, Perú
Veinte años atrás
Ese viaje había sido un suplicio: mientras que el resto del elenco tomó un vuelo directo a Lima, Dalia, por amor a Damián, lo acompañó haciendo el viaje por tierra, debido al pánico que tenía él de subirse a un avión. Hasta último momento, Damián no creía en las propiedades mágicas del amuleto que alguna vez le regalara su maestro de actuación, Lirio Cappeletti, a la hora de salir a escena. Las conversaciones con Damián en ese viaje empezaron siendo interesantes, luego un poco aburridas y finalmente secantes.
–Creo que el mejor director de escena que existe en la actualidad es Peter Brook –fue el primer diálogo de Damián, más o menos cuando estaban por la altura de la ciudad de Córdoba.
–Puede ser, no vi demasiado de él como para afirmarlo, Damián.
Entonces él se explayó en toda la teoría del espacio vacío y qué significaba eso en el escenario, y habrá durado como cuarenta y cinco minutos o más, tal vez hasta dos horas, en las que Dalia se quedó profundamente dormida. Al llegar a la localidad de Cafayate, ya en la provincia de Salta, Dalia prefirió seguir haciéndose la dormida, en lugar de bajar al parador y cenar. No, tenía terror de que Damián la atacara con alguna conversación teatral de tipo intelectual; cosa que hizo apenas tuvo oportunidad, cuando pasaron por Antofagasta, en Chile.
–¿Sabías, no, que los escenarios de Arthur Miller no son lugares realistas sino lugares de la mente de Arthur Miller?
–Vi una sola obra de Arthur Miller, La muerte de un viajante.
–Pero en todas las obras las escenas suceden en su mente. Podríamos pensar en Las brujas de Salem, por ejemplo –comenzó él–; cualquiera diría que es su obra más realista, pero, ¿lo es? Es el Salem que es Salem, en Massachusetts o es…
–Damián, tengo calor y estoy cansada. Me cuesta seguirte.
–Pero es importante, puede cambiar tu visión de un texto teatral, y si uno cambia la visión que tiene sobre un texto, cambia el modo de enfocar su actuación sobre el escenario. Si es expresionista es una cosa y si es…
–Damián, te lo pido por favor. El desierto de Chile me está matando.
–Por eso, solo escúchame, así te distraes.
–No. Ya no me hables más hasta Arica, no me hables más hasta Tacna, no me hables más hasta Nazca, no me dirijas siquiera la palabra para decirme ni hola, ni buen día ni buenas noches, nada, ni hasta Palpa, ni hasta Pueblo Nuevo, ni hasta Lima. Recién en Lima quiero volver a oír tu voz.
–Pensé que te habías casado conmigo porque me amabas.
–Hago este viaje de mil horas en autobús porque te amo. Y porque también nos permitirá saldar las deudas del teatro y de ser posible comprarlo. Tener nuestro propio teatro la propiedad, la escritura que diga que somos dueños de El Farolito.
–Creí que sabías que destilo el pánico hablando de teatro y creo que el teatro…
–Y cuando el teatro sea completamente nuestro, no volverás a poner los pies en la inmobiliaria de tu padre. Trabajarás como actor y profesor de actuación a tiempo completo.
–Entonces es bueno que te hable del teatro universal –comentó Damián sin darle demasiada importancia a lo que ella acababa de decir– así asiento mejor mis conocimientos.
–Damián, no te quedó claro. No me interesa ni Arthur Miller ni Peter Brook ni quien sea, y no quiero saber de ellos ni en Pisco, ni en Chincha Baja ni en Pucusana…
–No sé cómo pudiste aprenderte toda la ruta Panamericana de memoria, Dalita, y tanto te cuesta la letra cuando se trata de Lady Macbeth. Y conste que Lady Macbeth no dice demasiadas líneas, porque lo que Shakespeare quería demostrar con esa contención textual de Lady Macbeth era que…
–¡basta, damián gorsky, basta, por el amor de dios!
Semejante alarido de Dalia mantuvo a su esposo callado hasta Uyuni, la salina boliviana que atravesó el autobús. Fue extraño porque no estaban seguros de que el pasaje que habían comprado marcara Uyuni en el recorrido, pero no podían bajar y quedarse en medio de la nada, del desierto de sal. Ella se removió en su asiento, incómoda, acalorada. Delante de ella viajaba una mujer que llevaba dos pollos en una canasta, y el olor a pluma y a excremento de pájaro le dio náuseas. Dalia contuvo una arcada.
–No estarás embarazada, ¿no? –preguntó él, entre chistoso y preocupado.
Ella negó con la cabeza.
–Jamás –dijo.
Entonces él metió su mano derecha entre la cintura y el jean de ella.
–Lo tienes demasiado ajustado. Desabróchatelo.
–No es aire lo que me falta, es…
–Desabotónate el jean, bájate un poco el cierre.
–Ay, Damián –suspiró ella cuando sintió los dedos hábiles de él separar su sexo.
Él también cerró los ojos.
–Puedo imaginarlo todo –murmuró–, pero te avisé que hubiera sido mucho más cómodo que vistieras una falda en este viaje. Entonces habría podido todo. Ahora solo me queda tocarte e intentar que….
Dalia separó las piernas.
–¿Me quieres adentro? –preguntó Damián.
–Sí.
–Me calma el pánico tocarte, tu calor…
–No me metas los dedos, solo frótalos.
Damián la friccionaba con más fuerza que lo que ella hubiera hecho consigo misma. Pero era su esposo, era el hombre que amaba y quería regalarle su goce.
–¿Estás por llegar? –le preguntó él al oído.
–Sí, mi amor.
–Dámelo, dámelo, Dalia.
Dalia no pudo contenerse y se mordió los labios hasta hacerlos sangrar.
Un chillido escapó igual de su boca y los horribles pollos en el asiento de adelante lo percibieron. Uno cacareó muy fuerte y Damián y Dalia rieron. Eran otra vez aquellos adolescentes que se deseaban todo el tiempo, pero que habían hecho el amor con locura