Santiago Roncagliolo

Diario de la pandemia


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en Giorgio Agamben durante la última década. Sigo sin saber quién fue Carlos Falcó. No había tenido noticias de Plácido Domingo desde que lo acusaron de acoso sexual. Me conmoví cuando Idris Elba anunció que había contraído covid-19: mi primer impulso fue volver a ver The Wire. Todo esto puede sonar insensible, calamitoso, insensato. Pero ésa es hasta ahora mi experiencia concreta de la pandemia: una experiencia abstracta acotada por otro tipo de preocupaciones. Parece una tontería, pero creo que la honestidad elemental (practicada al menos con uno mismo) puede ser una gran reserva de poder cognitivo en tiempos oscuros.

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      Mi vida en cuarentena no es muy distinta a mi vida cotidiana durante el último par de años. En mayo de 2018, ingresé a una clínica de rehabilitación por el consumo de alcohol y drogas. No sé: tal vez pasar esos tres meses confinado, sin internet, con horarios estrictos de trabajo de albañilería y jardinería y terapia, siguiendo una regla vagamente monástica, me preparó para esto. O tal vez sólo soy un tipo raro que se venda lo ojos los sábados por la mañana para bailar a solas, a todo tren, big beats de los Chemical Brothers. ¿Es eso lo que experimento de cara al riesgo de contagio: la superioridad moral del eremita amateur, la humildad de cartón piedra del narcisista puritano, el síndrome cachafallas de la puta arrepentida? En parte, creo que sí. Pero también, en parte, estoy hasta los huevos de los estados éticos alterados del presente, de la pandemia vista como diluvio universal y no en su calidad de experiencia directa: de sentimiento personal e intransferible y a la vez trascendente del mundo. Es como si la literatura distópica del siglo xx nos hubiera sobreentrenado para la catástrofe.

      Dice la politóloga Ashia Ahmad en un artículo reciente que “Las catástrofes globales cambian el mundo, y esta pandemia es muy parecida a una gran guerra”. Después añade: “La respuesta emocional y espiritualmente sana es prepararse para ser transformados para siempre”. Encuentro en estas palabras un poco de la sobreactuación y sobre-higienización emocional típicas del primer cuarto del siglo xxi. Primero, porque no está de más recordar que la Segunda Guerra Mundial dejó un saldo de alrededor de 60 millones de muertos; me temo que, al menos en ese rubro, el coronavirus le va un poquito a la saga. Y segundo, porque dudo que haya recetas generales para encontrar una manera “sana” de “prepararse para ser transformados para siempre”. De eso precisamente se trata toda la experiencia (y la tragedia) humana. No sólo esta pandemia.

      Jair Bolsonaro:

      masas, virus y poder

      Fábio Zuker

      Las crisis no es de “confianza”, no es “ética”, tampoco

       “financiera”. No es “política” ni “institucional”, mucho menos

      del “coronavirus”. Es la crisis de una forma de sociabilidad

      que transforma todo en mercancía, incluso la salud, la

      educación y el tiempo vital. La crisis es del capitalismo.

      Silvio Almeida

      São Paulo, 12 de abril— Domingo, 15 de marzo de 2020. Cuatro días antes de que la Organización Mundial de la Salud (oms) declarase al nuevo coronavirus como pandemia mundial. Sistemas sanitarios de todo el mundo en crisis. Países confinando a millones en sus hogares. Fronteras cerradas. Economistas calculando pérdidas billonarias. En cambio Bolsonaro prefiere desestimar las recomendaciones médicas y de su propio gabinete. El presidente opta por salir del Palacio de Planalto rumbo a una manifestación de simpatizantes suyos, que en medio de la pandemia decidieron salir a protestar contra el Congreso Nacional y la Corte Suprema. Bolsonaro interactúa con ellos, sonríe. Manosea sus celulares. En sus perfiles virtuales comparte videos de las manifestaciones en diversas ciudades del país, estimulando a que las personas estén en contacto y aglomeradas. Bolsonaro había estado junto a personas contaminadas por covid-19, lo que llevó a su equipo médico a recomendarle que disminuyera sus apariciones públicas y contactos—cuando escribo este texto son 23 las personas próximas a él que están contaminadas, incluidos ministros—. El presidente no parecía preocupado por su salud, así como tampoco por la de su masa más fanática de seguidores. El covid-19 nos ayuda a observar, desde ángulos inéditos, algunos aspectos del proyecto político de Jair Bolsonaro. Me parece necesario explicar algunas afinidades entre la situación social creada por el virus y el autoritarismo del presidente de la República.

      Política y paranoia

      Masa y poder, de Elías Canetti, es un libro fascinante. “Todo”, dice el autor, fue a parar a este trabajo. El telón de fondo es la Alemania del Nazismo y las enormes movilizaciones de masas que la sustentaron. Digo telón de fondo porque no creo que sea una obra centrada exclusivamente en el régimen nazi y el exterminio de los judíos en Europa. Hitler y el nazismo alemán son mencionados, pero no son el centro del argumento. Canetti cree que para entender los fenómenos de masas es necesario alejarse de un tipo de racionalidad europea y desde allí analizar los sentimientos que mueven a las personas a participar de esas experiencias colectivas. Su reflexión apunta hacia los sentimientos de apertura que cada persona cuando, ya como parte de la masa, pasa a formar parte de un todo, en una experiencia que también conlleva la pérdida de su individualidad. Su argumento se vale de la psicología y la antropología, pero también de la historia, la arqueología y la teoría política. Atraviesa los pueblos indígenas americanos, los cazadores africanos y los sultanatos musulmanes, como base para una discusión amplia sobre la sumisión.

      En su radiografía de las masas, Canetti desvela su principal mecanismo de funcionamiento: toda masa tiende al crecimiento. La masa es pensada a imagen del fuego, por su capacidad de propagación, su irrefrenable expansión y su irrespetuosa relación con fronteras y barreras. El fuego comparte otra característica con las masas: por muy diverso y heterogéneo que fuere, todo lo que existía antes del fuego es igualado, todo es convertido a cenizas. Al integrarse a la masa las personas también pierden sus características definidoras. “Cuanta más vida tenga algo, menos podrá defenderse contra el fuego; sólo lo más inanimado, los minerales, logran resistirlo”, escribe Canetti.

      Es imposible no pensar en las similitudes entre el fuego y el virus, en lo que se refiere a la velocidad de propagación. Más aún si consideramos las particularidades de algunas formas de contacto contemporáneas, en que buena parte de la masa se constituye como un cuerpo online, que actúa por medio de la viralización de fake news, sentimientos y agresiones a determinadas personas, haciendo indistinguibles a las masas de las hordas.

      Hay otro aspecto del libro de Canetti que me parece importante para pensar a Brasil bajo la doble amenaza del coronavirus y Bolsonaro. Es la idea del gobernante como un paranoico. El sultán de Delhi, Muhammad bin Tughluq (siglo xiv), resulta para Canetti un caso puro del paranoico detentor de poder, ejemplo revelador para comprender las relaciones entre paranoia y los gobiernos totalitarios europeos. El sultán, poseedor de una riqueza inconmensurable, embarca a su ejército en guerras inútiles, agasaja a extranjeros en desmedro de sus súbditos y termina por exterminar a toda la población de su ciudad. Sólo se siente insatisfecho tras mirar por la ventana de su palacio y ver a Delhi vacía.

      Exterminar indiscriminadamente —pese a que mueran inocentes, como dice Bolsonaro— constituye el delirio del paranoico. A los ojos de quien detenta el poder, la masa se muestra en su esencia: son todos iguales, igualmente peligrosos. Por eso, dice Canetti, es necesario su “apaciguamiento por medio de la miniaturización”. Una vez empequeñecidos, los subyugados por la violencia ayudan a la composición y el crecimiento del cuerpo del gobernante, que confunde su propio cuerpo con los de sus gobernados. El autor también destaca el “sentimiento de lo catastrófico” y la “amenaza al orden universal” como fuerzas que nutren al paranoico en su relación con las masas.

      Es necesario traducir las reflexiones de Canetti a la terminología propiamente bolsonarista. Un video compartido por Bolsonaro en sus redes sociales —protagonizado por un león (representación suya) rodeado de hienas (grandes medios de prensa, Congreso Nacional, Corte Suprema y su propio ex partido)— es una expresión palpable de su paranoia. “Redentor del universo y soberano son una única persona”, afirma Canetti respecto a la visión que el gobernante tiene de sí mismo. “Mito”,