Umberto Roncoroni

La forma emergente


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de la analogía o de la metáfora.

      Pero el problema está en responder a un cuestionamiento más radical: ¿es posible que el arte vuelva a tener un valor de conocimiento de tipo científico, y recuperar así su rol social y de comunicación, como en el Renacimiento?

      Hipótesis para el rescate del arte

      El posmoderno es un momento histórico en el cual se produce una crisis evidente en los campos del arte, la filosofía y la religión. Es difícil superar, frente a problemas tan grandes, un cierto sentido de inutilidad, de cansancio; la tentación de retirarse al ámbito de lo privado se traduce, como se puede observar, en fenómenos como el desinterés por la política o el refugio en el consumismo. Sin embargo, ante la crisis de las religiones y de las ideologías sobrevive la necesidad de trascender, que se manifiesta también en la búsqueda de nuevos horizontes filosóficos y artísticos. El arte, cuestionado duramente por los aspectos antes señalados, puede, en realidad, aprovechar semejante condición posmoderna para transformarse de manera positiva.

      Pero esta complejidad, por estar en continua transformación, implica la imposibilidad de adoptar un punto de vista rígido o algún tipo de presupuesto metafísico (un “metarrelato”, como dice Lyotard). Sin embargo, es siempre necesario mantener una línea de pensamiento precisa, en suma, evitar la tendencia posmoderna del “todo vale”; con la ilusión holística de constituir un punto de vista privilegiado, que se pone fuera del alcance de la crítica, los artistas se creen tener el derecho de hablar de todo, sin preguntarse nunca el real contenido de lo que están haciendo.42 De este modo, el arte está desapareciendo detrás de cambios formales y sus movimientos son solo aparentes. La reconstrucción del sentido del arte debe ser concertada de manera distinta con los aspectos positivos del nihilismo posmoderno, con la ciencia y con los desafíos de las tecnologías de la información.

       La instancia neorrenacentista

      En muchos ámbitos artísticos ligados a la tecnología se resalta la similitud profunda que une la sociedad de la información con el Renacimiento,43 y, efectivamente, el modelo renacentista del artista teórico y científico parece coherente con las instancias posmodernas recién examinadas. Pero esta opción no evita el gusto por el juego superficial de las ideas, que contrapone a los procesos deconstructivos una fácil mística new age sin ningún tipo de fundamento. Existe el riesgo, además, de que, a diferencia del Renacimiento, hoy el arte venga englobado por la ciencia y la tecnología (mucho más fuertes que en el pasado), sobre todo cuando en la teoría y en la práctica artística siguen todavía anidados viejos prejuicios y antiguos estereotipos. Para evitar esto se necesita, en efecto, una nueva teoría del arte y comenzar a reconstruir sus fundamentos hermenéuticos. Esta será la tarea del próximo capítulo; felizmente, lo que parece una tarea titánica se reduce a enlazar nuevamente los hilos estéticos y filosóficos ya existentes.

       Arte y educación

      En la perspectiva sistémica se abren también nuevas relaciones entre arte y educación y una nueva posibilidad para el arte. En primer lugar, el arte y la educación constituyen procesos similares y son cuestionados por la tecnología de una manera muy parecida; como el arte, el sector de la educación vive hoy una crisis profunda, donde los problemas creados por las tecnologías digitales dificultan la labor de docentes y estudiantes.44 El arte puede ser un apoyo importante para la educación, sobre todo en aquellas disciplinas que no desarrollan un trabajo crítico y creativo.

      En segundo lugar, el arte siempre ha tenido una finalidad educativa a lo largo de su historia. Sin embargo, no quisiera dejar aquí entender que se está volviendo a proponer algún sentido terapéutico o moral (emollit mores), como ya Hegel se preocupó en mostrar: “Este sistema ha llevado a Platón a desterrar a los poetas de su república. Por tanto, si debe mantenerse el acuerdo entre la moral y el arte, debe también reconocerse su distinción y su independencia”.45

      Me refiero más bien a las teorías constructivistas y a la autopoiesis de Maturana y Varela, en las que la relación entre arte y educación se plantea como esencial para la construcción libre y creativa del conocimiento. Hipótesis que se fortalece, como trataremos de mostrar más delante, mediante la interacción, las redes y otros aspectos de la tecnología digital.

      A pesar de esto, arte y educación deberían relacionarse de un modo más profundo, porque son de los pocos contextos donde parece posible practicar una labor crítica y creativa relativamente independiente. Y las obras de arte más interesantes tecnológicamente nacen y se desarrollan en los contextos educativos. Es un aspecto que vale la pena subrayar.

      El horizonte del fin del arte

      Puede ser excesivo, en un discurso sobre el arte y la tecnología, extender el tema a algo tan difícil y complicado como la muerte del arte, sobre todo porque tendremos que tocar solo algunos de sus aspectos, lo que podría resultar en una simplificación excesiva. Sin embargo, este intento es igualmente necesario, por múltiples razones.

      Para empezar, hay asuntos filosóficos que permiten interpretar la crisis estética contemporánea en su relación con la tecnología, pues los aspectos contradictorios del arte y los mecanismos de la sociedad del espectáculo se deben también a problemas estéticos que quedan irresueltos. En este sentido, el arte se convierte en un medio de persuasión o en una forma de anestesia de las conciencias por medio de la forma y de la belleza. Además, el problema tecnológico tiene una matriz cultural —la muerte del arte se encuentra inmersa en las tecnologías de la información, en las herramientas digitales y en el ciberespacio— y por ende no puede producirse una aproximación sin que estén de por medio los cuestionamientos filosóficos implícitos en sus elementos. Por otro lado, como bien señala Stefano Zecchi,1 el lenguaje matemático propio de la simulación y del software plantea una serie de interrogantes estéticos por la relación que se genera con la ciencia, cuando una de las razones de la muerte del arte es precisamente que este acepta su inferioridad epistemológica.

      Entonces, la crisis del arte y la debilidad del pensamiento estético pertenecen necesariamente a un discurso sobre la tecnología. Ahora bien, las teorías de la muerte del arte son aquellas que, sobre las premisas nihilistas de la posmodernidad, postulan que esta crisis es irreversible. Me parece oportuno, en este punto, limitar un campo que se presenta demasiado complejo y diferenciado. En primer lugar, el proceso de la muerte del arte contiene un aspecto histórico y social que consiste en la contradicción entre un sistema (los museos, las instituciones educativas, los artistas, el mercado) anclado a una visión metafísica del arte, y una realidad que, por razones económicas, tecnológicas y filosóficas, ha superado esta perspectiva. Sin embargo, para nosotros el sistema es marginal, así que nos concentraremos en los tópicos puramente filosóficos. En segundo lugar, la muerte del arte se refiere de manera especial a las artes visuales. Esto porque, como hemos visto en el capítulo anterior, la reproducibilidad técnica no cuestiona, en forma estructural, la literatura y la música; por el contrario, los medios óptico-mecánicos o digitales y la imprenta derrumban los mismos fundamentos de la pintura y de la escultura, que están directamente vinculadas al concepto de unicidad y autenticidad. Por último, la muerte del arte no toca los medios masivos, cuyo peculiar valor artístico hemos visto en el planteamiento de Benjamin.2 La razón de esta inmunidad está en las funciones sociales que estos medios cumplen, lo que naturalmente no esconde sus límites pero necesariamente obliga al arte culto a confrontarse tecnológica y socialmente.

      Relativismo posmoderno y estética

      Es posible, en este punto, preguntarse si la muerte del arte, y sobre todo el problema de cómo superarla, no se resuelve en una contradicción con los presupuestos nihilistas de la posmodernidad. Nietzsche y Heidegger han mostrado que el nihilismo es la condición del hombre contemporáneo, que ha abandonado —al parecer definitivamente—