Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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Salomón, hasta el propio tiempo del profeta.

      Is 1, 3

      yMiÞ[; [d:êy" al{å ‘laer"f.yI wyl'_['B. sWbåae rAmàx]w: WhnEëqo ‘rAv [d:îy"

       El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.

      Yahvé se queja aquí diciendo que la rebelión con que su pueblo le rechaza no es sólo inhumana, sino incluso peor que la de los animales. Un buey tiene cierto conocimiento de su comprador y propietario, al cual se somete voluntariamente, y un asno conoce al menos el pesebre de su señor. El nombre “de su señor” (del asno), wyl'_['B., está en plural, pero ese plural no debe entenderse en sentido numérico, como si fuera varios señores, sino amplificativo, refiriéndose a la autoridad que el dueño tiene sobre él (sobre el asno), como en Ex 21, 29. Cf. Ges. § 108, 2, b, y D. Dietrich, Hebräische. Grammatik, Leipzig 1846, 45). El asno sabe que su dueño es el que llena con comida su pesebre o comedero, sWbåae, palabra que proviene de sba, alimentar y que está radicalmente asociada con φάτνη, ático πάτνη, y que en el Talmud se aplica a un tipo de escudilla común grande, utilizada por los trabajadores10.

      Israel no tenía tal conocimiento, ni instintivo y directo, ni adquirido por reflexión, !n")ABt.hi, palabra que está en conjugación reflexiva, con un cambio pausal de la “e” en una “a” larga final, !n")- (cf. Ges. §54, nota). Las expresiones “no conoce” y “no entiende” no han de tomarse aquí en sentido general (sin objeto), como por ejemplo en Is 56, 10 y Sal 82, 5, como si los israelitas no tuvieran conocimiento pleno ni reflexión, sino que el objeto ha de ser suplido a partir de lo anterior: ellos no conocen ni consideran lo que han de responder en su caso a su dueño, al que llena su pesebre; es decir, ellos no conocen que son hijos y posesión de Yahvé, y que su existencia y prosperidad depende sólo de la gracia de Yahvé.

      El paralelo entre Israel y los animales viene dado por sí mismo, como en Jer 8, 7, donde se alude también a unos animales, y está claramente indicado en las palabras “Israel” y “mi pueblo”. Los que han sido así sobrepasados en conocimiento y percepción incluso por animales, quedan de esa manera totalmente en vergüenza, pues ellos no eran simplemente una nación como las otras naciones de la tierra, sino “Israel”, descendientes de Jacob, el que había luchado con Dios, superando así la ira divina y consiguiendo una bendición para sí mismo y para sus descendientes. Ellos eran “mi pueblo”, el pueblo que Yahvé había escogido entre todas las naciones, para ser la nación de su posesión, particularmente gobernada por él. Esta nación, que llevaba el título que Dios le había dado (el nombre de un héroe de la fe y de la oración: Israel), esta nación favorita de Yahvé, había descendido muy por debajo del nivel de los brutos.

      Éste es el lamento que el alto profeta proclama en Is 1, 2-3, ante los cielos y la tierra. Estas palabras de Dios, unidas con la introducción (Is 1, 1), constan de dos tetrásticos, cuya medida y ritmo está determinado por el significado de las palabras y por la emoción del que las dice. No hay en esto nada extraño. La profecía vive y avanza entre los pensamientos de Dios, que prevalecen sobre toda mala realidad; y por esta razón, como reflejo de la gloria de Dios, que es el ideal de toda belleza (Sal 50, 1), la profecía es profundamente poética, y la de Isaías lo es de un modo especial. No hay en Israel arte alguno de oratoria que Isaías no haya dominado, y del que no se haya servido como vehículo de la palabra de Dios, cuando ella ha tomado forma en su mente de profeta.

      Con Is 1, 4 comienza un ritmo totalmente diferente. Las palabras de Yahvé han culminado. La penetrante lamentación del Padre constituye la más dura de las acusaciones. Pues bien, la causa de Dios es para el profeta la causa de un amigo, que siente la injuria que se ha hecho a un amigo tanto como la que se le ha hecho a él mismo (Is 5, 1). Por eso, el lamento de Dios se convierte ahora en violenta acusación y amenaza por parte del profeta; y, de acuerdo con la profunda pena airada que le mueve, sus palabras brotan con violenta rapidez, como destello tras destello, en un clímax de frases sin conexión externa, que constan sólo de dos o tres palabras.

      Is 1, 4

      ~yti_yxiv.m; ~ynIßB' ~y[iêrEm. [r;z<å !wOë[' db,K, ä ~[;… ajeªxo yAGæ ŸyAhå

      `rAx*a' WrzOðn" laeÞr"f.yI vAdïq.-ta, Wc±a]nI) hw"©hy>-ta, Wbåz>['

       ¡Ay nación pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malhechores, hijos depravados! ¡Dejaron a Yahvé, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás!

      La distinción que a veces se traza entre yAh (con he) y yAa (con alef) como equivalente a la distinción entre oh y ay no puede mantenerse. yAh es una exclamación de pena, a no ser en algunas excepciones dudosas, y en el caso que nos ocupa no es tanto una denuncia con ¡ay de…! (como traduce la Vulgata: vae genti), sino una lamentación llena de cólera (vae gentem, ay de la gente que). Los epítetos que siguen indican indirectamente aquello que Israel debía haber sido, conforme a la elección y determinación de Dios, para destacar después aquello en lo que Israel se ha convertido a través de su propia elección de su impía auto-determinación.

      (1)Conforme a la elección y determinación de Dios, Israel debía haber sido una nación santa (vAd+q' yAgæ, Ex 19, 6), pero se ha convertido en una nación pecadora, en una gens peccatrix, como traduce correctamente la Vulgata. La palabra ajeªxo no es aquí un participio, sino más bien un adjetivo participial, indicando algo que es habitual. Está en singular, pero tiene un sentido común de plural (~[;… ajeªxo, pueblo de pecadores), pues la forma plural de la palabra no se utilizaba. Santo y pecador están en fuerte contraste. En esa línea, santo (vAd+q'), al menos en un sentido radical (suponiendo que ese sentido está asociado a d+q' y no a vAd+, cf. Psalter, I 588, 9), significa aquello que está separado de lo que es común, impuro o pecador; lo santo se encuentra por encima de ese nivel. La aliteración formada por yAGæ ŸyAhå significa que la nación, en cuanto pecadora es una nación desgraciada.

      (2)En la torah Israel se llama no solo “nación santa” sino también “pueblo de Yahvé” (Núm. 17, 6), pueblo escogido y bendecido de Yahvé; pero ahora se ha convertido en un pueblo “cargado de maldad”. En lugar de la expresión más normal, según la cual el pueblo llevaría una carga de graves pecados que le llegan como de fuera, aquí la iniquidad (la pesada carga) se atribuye al mismo pueblo sobre el que ella pesa, conforme a la idea según la cual quienquiera que lleva una carga pesada se vuelve él mismo más pesado (cf. gravis oneribus, Cicerón, In Epístolis…). La palabra !wOð[] significa pecado como impureza, perversidad, mientras ajeªxo sugiere la idea de andar errante, de perder del camino. Pues bien !wOð[] es la palabra comúnmente utilizada cuando Isaías quiere describir el pecado en un sentido general (cf. Is 33, 24; Gen 15, 6; 19, 15), incluyendo la culpa ocasionada por ese pecado.

      El pueblo de Yahvé se ha convertido en un pueblo pesadamente cargado por la culpa, de manera que su verdadera naturaleza ha quedado aplastada, desfigurada y convertida en lo contrario. De un modo deliberado hemos traducido yAGæ por nación y ~[ por pueblo (Volk), en la línea de la correcta definición de Malbim, que distingue las dos palabras: la primera se utiliza para indicar una masa de gente vinculada por ascendencia común, por lenguaje y tierra; por el contrario, la segunda indica un pueblo vinculado por unidad de gobierno (cf. por ejemplo Sal 105, 13). De un modo consecuente hablamos siempre de pueblo, no de nación del Señor; ciertamente, hay dos casos en los que yAGæ aparece con un sufijo, que le vincula con su gobernante; pues bien, en esos casos, solo Yahvé es el gobernante de Israel (Sof 2, 9; Sal 106, 5).

      (3)Israel lleva en otros casos el título honorífico de generación o simiente ([r;z<å) de los patriarcas (cf. Is 41, 8; 45, 19; Gen 21, 12); pero, en realidad, aquí aparece como generación de malhechores. Esto no significa que descendiera biológicamente de malhechores, sino que el genitivo se utiliza aquí como aposición directa a semilla ([r;z<å), como llevando el sentido de una unidad compacta, teniendo un origen, portando en sí mismo el carácter de ese origen. La traducción “camada de malhechores” conservaría el sentido del texto, pero resulta menos apropiada, y “generación de malhechores” significa lo mismo que “casa de malhechores” en Is 31, 2. El singular de