Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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utiliza con la voz pasiva para designar el sujeto (“para ser visto por el rostro de Dios”). Pero ¿por qué no tomarla más bien como un acusativo adverbial, en el sentido de “ante la faz de” o “frente a”, como suele hacerse empleando de un modo intercambiable las expresiones l ta y la? Es posible que tAaßr"le se puntúe como está aquí y en Ex 34, 24 y en Dt 31, 1 (Waïr"yE en vez de WaÜr>yI en Ex 23, 15; 34, 20), con el fin de evitar una expresión que podría ser fácilmente malentendida, como si implicara una visión de dios con los ojos corporales. Pero el nifal está firmemente establecido en Ex 23, 27, 34, 23 y 1 Sam 1, 22; por otra parte, en la Misná y el Talmud los términos hYar y !wYar se aplican sin vacilación a la presencia ante Dios para “ver su rostro” en las fiestas principales.

      Pues bien, en ese contexto, Isaías dice que los israelitas visitaban el templo con bastante diligencia, pero: ¿Quién había pedido eso de sus manos, es decir, quién les había requerido que lo hicieran? La expresión “hollar mis atrios” (yr"(cex] smoïr>) se encuentra en aposición con lo anterior, y define con más claridad su sentido. Yahvé no necesita que aparezcan ante su faz. No le hace falta que vayan y vengan de esta manera, sin espíritu interior ni devoción, realizando este mero opus operatum, que podrían haber omitido, pues se trata de algo que ellos hacen sólo externamente.

      Is 1, 13

      vd<xoÜ yli_ ayhiÞ hb'²[eAT tr<joôq. aw>v'ê-tx;n>mi ‘aybih' WpysiªAt al{å

      `hr"(c'[]w: !w<a"ß lk;îWa-al{ ar"êq.mi aroåq. ‘tB'v;w>

       No me traigáis más ofrenda mentirosa; el incienso es abominación para mí. Luna nueva, sábado y la convocación de asambleas, no lo puedo sufrir. ¡Son iniquidad vuestras fiestas solemnes!

      Ya que ellos no realizan lo que Yahvé les había mandado, de la forma que lo había ordenado, él les prohíbe expresamente que lo continúen haciendo. No me traigáis más ofrenda mentirosa; el incienso es abominación para mí.

      ‒Minja (x;n>mi), don de comida, era una ofrenda vegetal, a diferencia de zebaj (‘xbz), que es el sacrificio animal. Pues bien, aquí se le llama “ofrenda mentirosa”, como si fuera una hipócrita obra muerta, tras la cual no existe ninguno de aquellos sentimientos que ella parece expresar. Pues bien, como regla general, la ofrenda de comida iba acompañado con incienso (Is 66, 3), que se colocaba enteramente sobre el altar y no sólo una pequeña parte de él. La ofrenda de comida, con su olor de suave aroma, era meramente la forma que servía como expresión externa del agradecimiento que se mostraba a Dios, o del deseo de su bendición, que ascendía realmente en la plegaria. Pero en nuestro caso la forma externa no tenía ya tal significado.

      ‒Ketoreth (tr<joôq.). En la segunda frase, los LXX, la Vulgata, Gesenius y otros adoptan la traducción “el incienso es abominación para mí”, aplicando el nombre (tr<joôq.) a la ofrenda independiente del incienso sobre el altar de oro, en lugar sagrado (Ex 30, 8). De todas formas, ni en Sal 141, donde la oración la ofrece alguien que no es sacerdote, ni en nuestro pasaje, donde no hay referencia al sacerdote, sino al pueblo y a sus obras, la ofrenda ha de interpretarse en el sentido incienso que se ofrece sin cesar. En ese sentido, como he dicho, se puede pensar que la misma ofenda anterior de comida (tx;n>mi) se llama por paralelismo incienso (tr<joôq.) con referencia a la así llamada azcarah, (hr'K'z>a;), es decir, a la porción que el sacerdote quemaba sobre el altar, para que el oferente agradecido recordara a Dios (el gesto se llamaba “quema del memorial”, es decir, hr"K'z>a;-ta, ryji’q.hi, en Lev 2, 2).

      Sea como fuere, según la acusación del profeta, ese culto no era más que una obra (ceremonia) externa, por la que ellos pensaban que satisfacían a Dios, mientras que de hecho lo que hacían no era más que una abominación para él. Dios no se agradaba en modo alguno con esta puntillosa observancia de las fiestas: “Luna nueva, sábado, convocación de de asambleas festivas…, no lo puedo soportar”. Esos casos concretos de celebración, que están lógicamente gobernadas por “no lo puedo soportar” (lk;îWa al{å, en ofal futuro, según Sal 101, 5; Jer 44, 22; Prov 30, 21) aparecen aquí como casos absolutos (referidos a todos los sacrificios), en la línea de las últimas palabras: “vuestras fiestas solemnes son iniquidad (hr"(c'[]w: !w<a"ß).

      Isaías alude a la fiesta de la Luna Nueva y del Sábado (que significa siempre el Sábado de cada semana, en relación con la Luna Nueva, jodesh, vd<xoÜ), y a la convocación de las asambleas para el sábado semanal y para la grandes festividades (que debían cumplirse por deber importante, según Lev 23). Pues bien, Dios no puede soportar esas festividades porque están asociadas con maldad. La palabra hr"(c'[] (de rc[, oprimir) es sinónimo de arqm, como muestra Jer 9, 1 (como πανήγυρις es sinónimo de εκκλησία). Por su parte !w<a"ß (de !Wa, respirar), pura respiración, significa algo que carece de valor moral, y así evoca la ausencia total de grandeza y dignidad ante Dios. El profeta vincula intencionalmente estos dos nombres (hr"(c'[] y !w<a"ß). Una reunión festiva con mucha gente, pero interiormente vacía y sin valor por parte de los reunidos, estaba en contradicción con Dios y no podía durar.

      Is 1, 14

      ytiyaeÞl.nI xr:jo+l' yl;Þ[' Wyðh' yviêp.n: ha'än>f' ‘~k, ydE[]AmW ~k, Ûyved>x'

       Mi alma aborrece vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes; me son gravosas y cansado estoy de soportarlas.

      Dios expresa de manera aún más fuerte su repugnancia. El texto evoca el alma del hombre, nefesh (vp,n<), tomada como vínculo que une la vida corporal y espiritual. Entendida así, el alma no es el principio base de la autoconciencia, sino más bien el lugar en que se expresa, de manera que en ella se despliega el círculo de su autoconciencia, comprendiendo toda la esencia de su ser, en el pensamiento simple del “yo”. De esa manera, conforme a una descripción tomada de su semejanza con el hombre, Dios tiene también un alma (vp,n<), de manera que puede decir “mi alma” (yviêp.n:), de modo que ella aparece como el centro de su ser, como si él estuviera rodeado y penetrado (personificado) por su autoconciencia. Y de esa manera, siempre que el alma de Dios odia (cf. Jer 15, 1) o ama (Is 42, 1), Dios mismo es quien odia o ama en sus más hondas profundidades y con los más hondos límites de su ser (Delitzsch, Psychol. p. 218).

      Conforme a este pasaje, Dios odia todas y cada una de las festividades que se celebraban en Jerusalén, ya sea al comienzo del mes, o en los grandes días de fiesta (cada d[eAm) que se sucedían a lo largo del mes y del año, y entre las que, según Lev 23, se incluía también el sábado. Desde hace un largo tiempo, esas fiestas se habían convertido en un peso, en un objeto odioso para Dios: Su gran paciencia se hallaba cansada de tales liturgias. El odio de Dios (anEf’), aquí y en Is 18, 3, tiene como objeto los momentos de liturgia del pueblo ya mencionados, pues él los aborrece.

      Is 1, 15

      hL'Þpit. WBïr>t;-yKi( ~G:± ~K,mi ‘yn:y[e ~yliÛ[.a; ~k,ªyPeK; ~k,f.rIp'b.W

      `Wale(m' ~ymiîD" ~k,ydEy> [:me_vo yNIn<åyae

       Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos.

      Isaías pone ahora en vergüenza la autojustificación del pueblo, en la medida en que ella se apoya en sacrificios y en observancias; y de esa manera destruye el último baluarte de simulación de la nación sagrada. Sus mismas oraciones eran también una abominación para Dios.

      Ciertamente, la liturgia es algo común al ser humano, es la interpretación del sentimiento religioso, que interviene como mediación entre Dios y el hombre, es el verdadero sacrificio espiritual11. Pero la Ley no contiene ningún mandamiento sobre la forma de orar, y (a excepción de Dt 26) no incluye tampoco ninguna forma de oración. La oración es tan natural al hombre que no hay necesidad de ningún precepto que la ordene, pues se trata de la expresión fundamental de su verdadera relación con Dios. Por eso, el profeta se ocupa de la oración en su sentido básico, para poner de relieve, y llevar hasta el extremo, el carácter vergonzoso de la santidad del pueblo, que estaba corrompido de un modo radical.

      El