aparece con un sufijo fuerte (~k,yPeK;), como en Is 52, 12, con una yod (y). De esa manera se destaca el gesto de un hombre en oración, que extendía hacia adelante sus manos, y que al mismo tiempo las elevaba hacia el cielo, o hacia al lugar más santo del templo, y que, al hacerlo (como si quisiera mostrar su sentimiento de vacío y su deseo de recibir la gracia divina), elevaba hacia lo alto el hueco de la palma de sus manos, ~yIP;K;. (cf. tendere palmas, e.g. Virgilio, Aen. XII. 196, tenditque ad sidera palmas).
Pues bien, por más que ellos estuvieran de pie o se postraran ante él, en actitud de oración, Yahvé apartaba sus ojos; es decir, su omnisciencia no se ocupaba en modo alguno de lo que hacían, por más que ellos oraran en voz alta y por largo tiempo (yK i(~G:±, etiamsi). Cf el simple ki (yK) de Jer 14, 12. Es como si Dios se mantuviera sordo ante todo esto. Podríamos esperar que Isaías hubiera introducido aquí una explicación (a partir de yK), precisando el sentido de lo que dice, pero cuanto más excitado está más cortas e inconexas resultan sus frases. El plural de sangre (damim, ~ymiîD") evoca siempre sangre humana que brota como resultado de algún acto antinatural (violento) y también el mismo hecho sangriento y la culpa que implica. El número plural no se refiere a la cantidad de “sangres”, ni a las gotas concretas de sangre, separadas unas de otras, sino que es un plural de producción, que F. Dietrich ha discutido de un modo preciso sobre el tema en Abhandlungen für semitische Wortforschung 1844. p. 40.
Esta sangre terrible (~ymiîD")12 se sitúa enfáticamente delante del verbo principal, destacando los muchos actos asesinos que se han cometido, y los hechos violentos, cercanos al asesinato, que han realizado los israelitas. No se trata de que hubiera sangre física en las manos de la gente, cuando las extendían en oración, sino que la sangre aparecía a los ojos de Dios, ante quien ningún signo externo puede ocultar la verdadera naturaleza de las cosas, de manera que los asesinos siguen manchados de sangre por más que se hayan lavado las manos. De esa manera, las disculpas de la gente en contra de las acusaciones de Dios han sido anuladas en Is 1, 11-15. Yahvé no puede soportar la liturgia de auto-justificación de la gente, que se ha manchado con obras de injusticia, incluso con el mismo asesinato.
Pues bien, la acusación de Dios aparece positivamente resaltada en los versos siguientes, en Is 1, 16-17, mostrando el contraste que existe entre la verdadera justicia de la que carecían los acusados y la falsa justicia de la que ellos se gloriaban. La dura acusación se convierte ahora en llamada de advertencia, y el amor de Dios, que estaba escondido tras su ira, y que irrumpirá de un modo gozoso, empieza ya a manifestarse. Siguen ahora así ocho advertencia. Los tres primeras tienden a la remoción del mal; las otras cinco llevan a la realización de aquello que es bueno.
Is 1, 16
`[;rE(h' Wlßd>xi yn"+y[e dg<N<åmi ~k, Þylel.[;m; [:roï Wrysi²h' WKêZ:hi ‘Wcx]r:
Lavaos y limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos, dejad de hacer lo malo,
Éstas son las tres primeras advertencias, que exigen que se deje lo malo. Aquí no hay sólo un avance del lenguaje figurado a uno más literal, sino también un avance en aquello que se dice. Estas primeras advertencias exigen ante todo que los israelitas se purifiquen de los pecados cometidos, con una purificación buscada y obtenida por medio del perdón.
Las dos primeras son lavarse y limpiarse. Rachatzu (Wcx]r:) viene de #xr, y en sentido medio, muy frecuente, significa lavarse uno a sí mismo. Hizakku (WKêZ:hi), con el tono en la última sílaba, no es el nifal de zâkak (kkz), pues los verbos de ese tipo llevan generalmente el tono en la penúltima sílaba (cf. Is 52, 11; Num 17, 10), sino el hitpael de zakah (hkz). Hay una diferencia entre esas dos palabras (#xr y kkz/hkz, lavarse y limpiarse uno a sí mismo). La primera (lavarse) ha de entenderse como refiriéndose a un gran acto de arrepentimiento realizado por un hombre que está volviéndose a Dios; por su parte, la segunda (limpiaos) evoca el arrepentimiento diario de alguien que ya se ha vuelto al Señor.
La tercera advertencia exige no sólo que los ya lavados se pongan a la luz del rostro de Dios, sino que quiten de la vista de Dios su iniquidad, expulsen de su vida el gesto pecador de sus acciones, que resulta intolerable para unos ojos puros (cf. Hab 1, 13). Ellos deben luchar en contra de la maldad de la que brotado su pecado concreto, hasta que al fin desaparezca del todo. La palabra neged (utilizada en minnegued ‘enai, yn"+y[e dg<N<åmi, de delante de los ojos de Dios) evoca, conforme a su sentido radical, algo prominente, una tierra alta, que es visible desde una gran distancia, algo que aparece (in conspectu ist).
Is 1, 17
`hn")m'l.a; WbyrIß ~Atêy" Wjåp.vi #Am+x' WråV.a; jP'Þv.mi Wvïr>DI bje²yhe Wdïm.li
Aprended a hacer el bien, buscad el derecho, traed al opresor al buen camino, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.
Ester verso incluye las cinco admoniciones positivas para practicar aquello que es bueno, y entre ellas la primera ofrece el fundamento base de todas las restantes. Los israelitas han de aprender a hacer el bien, un arte difícil, en el cual un hombre no se vuelve experto sólo por buenas intenciones:
‒Aprended a hacer el bien. Heteb, (bje²yhe) hacer el bien, es el objeto de aprender (limdu, Wdïm.li) y puede tomarse como un acusativo. La admonición primera se expande después en las cuatro menores, relacionadas con la administración de la justicia, y por ellas sabemos que ningún otro profeta ha dirigido una mirada tan aguda como Isaías al Estado (de Israel) y a sus procedimientos legales. Él se diferencia en esto de Miqueas, su contemporáneo más joven, cuyas profecías son en general de tipo más ético, mientas que las de Isaías tienen siempre un carácter político. De aquí brotan las admoniciones siguientes.
‒Prestad atención al juicio, con dârash (vrd), que significa dedicarse a una cosa con celo y asiduidad, manteniéndose siempre firme en ello.
‒Traed al opresor al buen camino. Ésta es la traducción auténtica de esta frase, ya que châmotz (#Am+x', de #mx), que significa de sabor afilado, brillante en apariencia, violento e impetuoso, no puede significar un oprimido, o un hombre que ha sido privado de sus derechos, como han traducido este pasaje la mayor parte de los comentaristas antiguos (que suponen que ella dice: “felicitad a los oprimidos”). Por otra parte, su puntuación, con un kametz inmutable no se utiliza en forma pasiva, sino en sentido activo o atributivo (Ewald, §152, b: cf. Sal 137, 8). Eso supone que esta palabra tiene el mismo sentido que chometz (#meAx) en Sal 71, 4 y que âshok (qAv['), que aparece de un modo formalmente similar en Jer 22, 3. Pues bien, si châkmotz (#Am+x')) significa un hombre que es opresor, sin piedad y brutal, la palabra ashrú (WråV.a;) no puede significar “hacer feliz”, felicitar o elevar, ni fortalecer como supone la tradición talmúdica (cf. Luzzato: rianimate chi è oppresso), sino que, en la línea de Is 3, 12; 9, 15, ha de significar dirigir al buen camino, o hacer que una persona tome la vía recta. En el caso que nos ocupa, donde se habla de un opresor, esta palabra significa dirigirle al camino de la justicia, hacer que se mantenga dentro de los límites justos, a través de un severo castigo o de una fuerte disciplina. De un modo semejante, hay también otros pasajes (como Is 11, 4 y Sal 72, 4) en los que se alude a una conducta dura hacia los opresores, relacionada con el justo tratamiento de los pobres.
‒Las dos admoniciones finales se relacionan con las viudas y los huérfanos, pues ellos eran con los extranjeros los protegidos de Dios y de su Ley, y estaban bajo su amparo y cuidado especial (cf. por ejemplo Ex 21, 20/21 Y 22, 21.“Haced justicia (Wjåp.vi) al huérfano” (como en Dt 25, 1) es una expresión condensada, que se emplea en vez de tpvm tpv (shâphat mishpat), porque la mayor injusticia de todas se da allí donde no existe ni siquiera un establecimiento de la causa, ni un veredicto, de manera que no se conserva ni la forma o apariencia de legalidad. “Amparad a la viuda”, se dice con WbyrIß (ribu) con un acusativo, como en Is 51, 22; estos son los dos únicos pasajes donde aparece esta forma contracta, en vez de byr byr.
Con estas palabras supera Isaías todas las razones de auto-defensa que existían en los corazones de los acusados, y lo hace de las dos maneras, una negativa y otra positiva. Todas esas razones quedan destruidas, y así