Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


Скачать книгу

de Jeremías, y de ella reciben su título, mientras que la forma breve indica un tipo de elegía despreciativa, característica de los mashal (cf. lv'm'; Is 14, 4. 12; Miq 2, 4). A partir de esta palabra que da el tono al conjunto, todo el resto sigue suavemente, monótono, largo y lento, con el estilo de una elegía. Así veremos claramente que formas como ytiäa]lem.,, en vez de taolem., , suavizadas por el alargamiento, fueron adaptadas para composiciones elegíacas, desde el primer verso de las Lamentaciones de Jeremías, donde aparecen tres de ellas.

      Jerusalén había sido previamente una ciudad fiel, es decir, una ciudad que asumía de un modo firme el pacto de Yahvé con ella (cf. Sal 78, 37)13, un pacto que había tenido un sentido matrimonial. Pues bien, Jerusalén lo había roto, viniendo así a convertirse en hn"ëAz, una ramera. De esa forma se expresa una visión profética, cuyos gérmenes habían aparecido ya en el Pentateuco. En esa línea, la adoración de los ídolos por parte de Israel se llamaba “prostitución” (cf. Dt 31, 16; Ex 34, 15-16; en conjunto, siete veces). Pero no fue, sin embargo, una gran idolatría externa la que hizo que la iglesia de Dios se convirtiera en una “ramera”, sino la infidelidad del corazón, infidelidad dominante, en cualquier forma que ella se expresara.

      En esa línea, Jesús describe al pueblo de su propio tiempo como “una generación adúltera”, a pesar de la seriedad farisaica con la que se observaba entonces el culto de Yahvé. Porque, como indica el verso precedente, la relación de matrimonio estaba fundada sobre el derecho y la rectitud, en el más amplio sentido de la palabra. En esa línea se hablaba de mishpat (jP'v.mi), es decir, de derecho, entendido como realización de una respuesta justa a la voluntad de Dios, tal como ha sido positivamente declarada; y se hablaba de qd,c,, rectitud, es decir, de un estado de vida recto, modelado por la misma voluntad de Dios, un curso de conducta adecuado, modelado conforme a esa voluntad (cosa que era algo diferente de lo indicado por la palabra más precisa de tzedâqâh (hq'd'c.).

      En otro tiempo, Jerusalén había estado llena de ese tipo de rectitud, y la justicia no se encontraba allí meramente a modo de huésped al que se acoge de un modo apresurado y que puede irse sin más, sino que había descendido desde arriba para poner su morada permanente en Jerusalén: ella se alojaba allí día y noche, como si fuera su hogar. El profeta pensaba en los tiempos de David y Salomón, y también, de un modo más específico, en el tiempo de Josafat (unos ciento cincuenta años antes de la aparición profética de Isaías), que habían restaurado la administración de justicia, que había caído en el olvido desde los días finales del reinado de Salomón, y desde el tiempo de Roboam y de Abías, un tema al que no se había extendido la reforma del rey Asa, que no la había reorganizado enteramente conforme al espíritu de la Ley.

      Es posible también que Yoyada, el sumo sacerdote de tiempos de Joas, hubiera hecho revivir las instituciones de Josafat, en la medida en que ellas habían caído en desuso, bajo sus tres impíos sucesores; pero incluso en la segunda mitad del reinado de Joas la administración de justicia había caído en el mismo estado desastroso, al menos en comparación con los tiempos de David, de Salomón y de Josafat, un estado en el que se encontraba en los días de Isaías.

      El fuerte contraste entre el presente y el pasado está indicado por la expresión “pero ahora” (hT'î[;w>). En otro tiempo regía la justicia, ahora Israel está llena de “homicidas” de profesión (~yxi(C.r:m.), que forman una banda, como la del rey Acab y su hijo (2 Rey 6, 32). El contraste era todo lo fuerte posible, pues el homicidio es el gesto directamente opuesto a la justicia, la violación más sangrante del derecho.

      Is 1, 22

      `~yIM")B; lWhïm' %aEßb.s' ~ygI+ysil. hy"åh' %PEßs.K;

       Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua.

      El lamento pasa ahora de la ciudad en general a las autoridades, y lo hace en primer lugar de un modo figurado. Sobre este pasaje se funda el lenguaje simbólico de Jer 6, 27, Ez 22, 18-22. La plata (@s,K,) aparece aquí como una representación figurada de los príncipes y señores del pueblo, con especial referencia a la nobleza de carácter, naturalmente asociada con la nobleza de nacimiento y rango. En esa línea, la plata (plata refinada) es una imagen de todo lo que es noble y puro, ya que en ella se refleja la luz en toda su pureza (F. Bähr, Symbolik des Mosaischen Cultus I, J. C. B. Mohr, 1837, 284).

      Los príncipes y señores poseyeron antaño todas las virtudes que los romanos vinculaban, de un modo unitario, con el candor animi, es decir, las virtudes de la magnanimidad, afabilidad, imparcialidad y alejamiento de todo engaño económico. Pues bien, esa plata se ha vuelto le’siggim (~ygI+ysil.), es decir, escoria, un tipo de submetal basto y bajo, separado (y arrojado fuera) de la plata a través de un proceso de refinamiento. (El plural siggim, deriva de gysi, que significa la escoria que se deja a un lado en el proceso de purificación del metal, cf. Prov 25, 4; 26, 23).

      Una segunda figura compara a los dirigentes de la antigua Jerusalén con el buen vino, que agrada a los bebedores. La palabra que se emplea aquí (aEßb.s') debe haber sido utilizada en ese sentido por las clases más cultas en tiempo de Isaías (cf. Nah 1, 10). Pues bien, este vino puro, fuerte y costoso ha sido ahora adulterado con agua (~yIM")), es decir, literalmente “castrado”, castratum, conforme a la expresión de Plinio en su Historia Natural (compárese con la frase de Marcial, Epigramas 1, 18 que habla de jugulare Falernum, es decir, de “bautizar” o devaluar el vino bueno de Falerno). De esa forma, el vino pierde su fuerza y sabor, careciendo ya de valor. El tiempo presente es sólo una sombra y escoria del pasado.

      Is 1, 23

      ~ynI+mol.v; @dEßrow> dx;voê bheäao ‘ALKu ~ybiêN"G: ‘yrEb.x;w> ~yrIªr>As %yIr:åf'

      `~h,(ylea] aAbïy"-al{) hn"ßm'l.a; byrIïw> WjPoêv.yI al{å ‘~Aty"

       Tus gobernantes son rebeldes y cómplices de ladrones. Todos aman el soborno y corren tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano ni les conmueve la causa de la viuda.

      El profeta dice aquí lo mismo que antes, pero no ya en sentido figurado, sino que describe en dos frases realistas la bajeza despreciable de los dirigentes nacionales (~yrif'). En primer lugar, él les presenta en toda su degeneración respecto a Dios, con la aliterativa entre ~yrif' y ~yrIr>As, rebeldes. En segundo lugar, él les describe en relación con los hombres, y les muestra como cómplices de ladrones, presentándoles como personas que se permiten ser sobornada por regalos de bienes robados, para actuar de un modo injusto hacia aquellos que han sido robados.

      Ellos reciben de buen grado esos sobornos, y no sólo lo hacen unos pocos, sino todos (ALKu), es decir, el conjunto los individuos que pertenecen al rango de los príncipes, recibiendo regalos cada uno de ellos. Y no sólo los reciben, sino que corren ansiosamente a buscarlos (@dEßro). No es la paz, shalom (~Alv'), lo que ellos quieren (cf. Sal 34, 16), sino los shalmonim (~ynImol.v;), es decir, dones con los que puedan apagar su avaricia, cosas injustas con las que compensar su parcialismo. Éste era el estado de cosas que existía en Jerusalén, un estado que difícilmente se podía juzgar como el apropiado para tomar el camino de la misericordia, abierto por Dios en Is 1, 18. De un modo consecuente, Yahvé utilizaría otros medios para establecer su derecho.

      Is 1, 24

      ~xeäN"a, yAh… lae_r"f.yI rybiÞa] tAaêb'c. hw"åhy> ‘!Ada'h'( ~auÛn> !keªl'

      `yb'(y>Aame hm'Þq.N"aiw> yr:êC'mi

       Por tanto, dice el Señor Yahvé de los ejércitos, el Fuerte de Israel: ¡Basta ya! ¡Tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios!

      El único medio que quedaba para mejorar y conservar la asamblea que se vinculaba con el nombre de Jerusalén era la salvación a través del juicio. En esa línea, Yahvé se ofrecería una satisfacción por su Santidad y administraría una purificación judicial a Jerusalén. No hay en Isaías ningún otro pasaje donde encontremos junta una variedad semejantes de nombres diferentes de Dios como la que aquí aparece (compárese este versículo con Is 19, 1; 3, 1; 10, 16. 33; 3, 5). El decreto irrevocable de purificación judicial de Dios queda sellado con tres nombres que describen