Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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les enseñe sus caminos (wyk'êr"D>mi ‘WnrE’yOw>), pues ellos son una rica fuente de instrucción en la que desean ser gradualmente introducidos

      La preposición min (mi, de wyk'êr"D>mi) no tiene aquí un sentido partitivo, sino que evoca (como en Sal 94, 12) la fuente de la que proviene la instrucción de Dios. Los caminos de Yahvé son los caminos que el mismo Dios propone, los caminos por los que los hombres son dirigidos a él: la ordenanzas reveladas de su voluntad y de su acción. El deseo de salvación se expresa, por tanto, en la resolución que ellos asumen: Ellos no solamente quieren aprender, sino que están decididos a actuar conforme a lo que aprendan.

      Por eso dicen “caminaremos por sus sendas” (wyt'_xor>aoB. hk'Þl.nEw>); el modo exhortativo utilizado aquí (como en otros casos, entre ellos Gen 27, 4; Ges & 1, c), se emplea para mostrar tanto la intención subjetiva como el cumplimiento objetivo de lo deseado. El texto supone que estas palabras son pronunciadas por la multitud de paganos que están caminando hacia Sion para culminar allí su peregrinación. En este contexto, el profeta añade la razón y el objetivo de esta santa peregrinación de las naciones: “Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé”. Ésta es una expresión triunfante que confirma la afirmación de Jn 4, 22: “Porque la salvación viene de los judíos”.

      De Sión-Jerusalén brotará la Torah, es decir, la instrucción relacionada con las cuestiones que el hombre ha planteado a Dios, y surgirá la palabra de Yahvé (hw"ßhy>-rb;d>), que creó el mundo en el principio, y que lo creará de nuevo espiritualmente ahora. Todo aquello que promueva la verdadera prosperidad de las naciones vendrá de Sión-Jerusalén, pues allí se reunirán las naciones, para volver desde allí a sus propios hogares, y de esa forma Sión-Jerusalén se convertirá en la fuente de todo bien. Porque, desde el momento en que Yahvé escogió a Sión, la santidad del Monte Sinaí, lugar de revelación de la Ley, se trasfirió a Sión (Sal 68, 17), que ahora cumple la misma función que el Sinaí había cumplido previamente, cuando Dios llenó ese monte con su santidad, apareciendo allí en medio de miríadas de ángeles.

      Lo que había comenzado en el Sinaí para Israel se completará en Sion para todo el mundo, y así vino a cumplirse en el día de Pentecostés, cuando los discípulos, primeros frutos de la Iglesia de Cristo, proclamaron la Torah de Sion, es decir, el evangelio, en los lenguajes de todo el mundo. Lo comenzado en Sión se cumplió, como afirma Teodoreto, cuando la palabra del evangelio, brotando de Jerusalén como de una fuente, se expandió a todo el mundo conocido. Pero este cumplimiento sigue siendo el preludio de una conclusión que sigue abierta hacia el futuro. Porque lo que se promete en el verso siguiente no se ha cumplido todavía plenamente.

      Is 2, 4

      ~t'øAbr>x; Wt’T.kiw> ~yBi_r: ~yMiä[;l. x:ykiÞAhw> ~yIëAGh; !yBeä ‘jp;v'w>

      br<x, ê ‘yAG-la, yAgÝ aF’'yI-al{ tArêmez>m;l. ‘~h,yteAt)ynIx]w: ~yTiªail.

      p `hm'(x'l.mi dA[ß Wdïm.l.yI-al{w>

       Él juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos. Convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces de podar; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra.

      Cuando las naciones se comporten de esta forma como discípulos del Dios de la revelación, y cumplan la palabra de su revelación, el mismo Yahvé vendrá a convertirse en juez y árbitro supremo entre todas ellas. Si es que brotara alguna disputa, ella no sería ya resuelta por la fuerza impositiva de la guerra, sino por la palabra de Dios, ante la cual se inclinarán todos en sumisión voluntaria. Ante el poder de la palabra de Dios, creadora de paz (Zac 9, 10), no habrá más necesidad de armas de hierro, y ellas podrán convertirse en instrumentos de empleo pacífico, es decir en ~yTiai, que es probablemente un sinónimo de ~ytiae (cf. 1 Sam 13, 21) y significa “rejas de arado”, que abren los surcos para sembrar, y en tArêmez>m;, que son las podaderas (hoces de podar), para cortar los sarmientos de la viña, para que así aumente su poder de producir fruto. Ya no habrá por tanto más necesidad de prácticas militares, pues no tiene sentido ejercitarse en aquello que no puede aplicarse. No tendrá sentido, pues los hombres no querrán ya la guerra. Habrá entonces paz, no una paz armada, sino una verdadera y plena paz, dada por Dios, una paz bendita.

      Aquello que incluso Kant juzgaba posible (la paz universal) se realiza ahora, y no por los así llamados poderes cristianos, sino por el poder de Dios, que hace posible que se consiga aquello que Elihu Burritt (diplomático y filántropo norteamericano: 1810-1879) deseaba con entusiasmo, algo que no pueden conseguir los poderes cristianos, una paz sin violencia. El poder de la Bestia culmina expresándose en la historia del mundo a través de la guerra. La verdadera humanidad, que ha sido sofocada por el pecado volverá a recobrar su autoridad, y la historia del mundo podrá observar el Sabbath.

      Sobre la base de palabras proféticas como estas ¿no podremos asumir también nosotros la esperanza de que la historia del mundo no terminará si haber guardado un Sabbath, es decir, sin haberse pacificado previamente? ¿Tendremos que corregir a Isaías, como propone J. A Quenstedt (teólogo luterano alemán: 1617-1688) para no volvernos chiliastas, aceptando una pacificación del mundo dentro de la historia? Ciertamente, como dicen muchos pensadores judíos, “las ideas humanitarias del cristianismo” hunden sus raíces en el Pentateuco, y más especialmente en el Deuteronomio. Pero sólo en los profetas, y particularmente en Isaías, ellas alcanzan una altura que probablemente no será alcanzada ni plenamente realizada en el mundo moderno en las próximas centurias. De todas formas, ellas se realizarán un día. Lo que afirman las palabras proféticas asumidas por Isaías constituye un postulado moral, la meta de la historia sagrada, el ideal predicho por Dios.

      Is 2, 5

      `hw")hy> rAaðB. hk'Þl.nEw> Wkïl. bqo+[]y: tyBeÞ

       Venid, oh casa de Jacob, y caminaremos a la luz de Yahvé.

      Isaías se presenta ante sus contemporánaeos a través de esta antigua profecía con la llamada exaltada y universal del pueblo de Yahvé, y la pone ante ellos como un espejo, exclamando: “Venid, casa de Jacob…”. Esta exhortación ha surgido bajo el influjo del mismo contexto del que ha brotado Is 2, 2-4 (es decir, de Miq 4, 5) y también de la misma cita. El uso del término “Jacob” en vez de “Israel” no es ciertamente extraño a Isaías (cf. Is 8, 17; 10, 20-21; 29, 23), pero él prefiere el uso de Israel (comparar Is 1, 24 con Gen 49, 24).

      Con las palabras “oh casa de Jacob” (bqo+[]y: tyBeÞ) el profeta se vuelve ahora a su pueblo, al que aguarda un futuro tan glorioso, porque el Dios de Jacob (que ha convertido a Israel en lugar de la manifestación de su presencia y de su gracia) le conmina a caminar bajo el brillo de esa luz, a la que todas las naciones caminarán al final de los días. La invitación “caminemos” es un eco de Is 2, 3 “caminaremos”.

      Como Hitzig ha observado, Isaías intenta conmover a sus conciudadanos, igual que Pablo en Rom 11, 14, con un noble celo, poniendo ante ellos el ejemplo de los gentiles: La luz de Yahvé (hw")hy> rAa), en cuyo fondo hay sin duda un eco de WnrE’yOw> (y caminaremos) de Is 2, 3 (cf. Prov 6, 23) es el conocimiento del mismo Yahvé, ofrecido a través de una revelación positiva, es su mismo amor manifestado. Éste era el tiempo apropiado para caminar a la luz de Yahvé, es decir, para convertir su conocimiento en vida, para responder con amor a su amor; y era especialmente necesario exhortar a Israel en esa línea, precisamente ahora que Yahvé había elevado a su pueblo, precisamente en el momento en que ellos, los israelitas, en su perversidad, habían hecho precisamente lo contrario. La triste declaración que el profeta había tenido que ofrecer para explicar su grito de advertencia, él la ha cambiado ahora en forma de suspiro orante de salvación

      Is 2, 6

      ~ynIßn>[o*w> ~d<Q,mi ‘Wal.m' yKiÛ bqoê[]y: tyBeä ‘^M.[; hT'v.j;ªn" yKiä

      `WqyPi(f.y: ~yrIßk.n" ydEîl.y:b.W ~yTi_v.liP.K;

       Porque has rechazado a tu pueblo, la casa de Jacob, porque están llenos de costumbres traídas del Este y de agoreros, como los filisteos; y han pactado con hijos de extranjeros.

      De