desde países lejanos.
Is 2, 17
hw"±hy> bG:ôf.nIw> ~yvi_n"a] ~Wrå lpeÞv'w> ~d"êa'h' tWhåb.G: ‘xv;w>
`aWh)h; ~AYðB; ADßb;l.
La altivez del pueblo será abatida; la soberbia de los señores será humillada, y Yahvé, él solo, será exaltado aquel día.
Is 2, 17 cierra la segunda estrofa de la proclamación del juicio vinculada a la voz profética anterior. Sólo el estribillo final se aparta un poco del texto de Is 2, 11, que ahora se retoma. Los sujetos de los verbos varían de lugar. Es normal que, referido a un nombre femenino, indicando una cualidad (altivez, tWhb.G:), el verbo (será abatida: ‘xv;) se coloque al principio de todo, en masculino (Ges. §147, a).
Is 2, 18
`@l{*x]y: lyliîK' ~yliÞylia/h'w>
Y se acabarán por completo los ídolos.
El estribillo final, con el que empiezan las dos estrofas siguientes está basado en la cláusula conclusiva de Is 2, 10. La proclamación del juicio se dirige ahora en contra los ídolos (~yliÞylia/) que, estando en la raíz de todo mal, ocupan los lugares más bajos de las cosas de las que se encuentra llena la tierra (Is 2, 7-9). En este versículo corto, que contiene una sola cláusula, con tres palabras, se declara, como en rápido flash el futuro de los ídolos:”Y se acabarán por completo…”. La traducción muestra la pequeñez del verso, pero indica su gran importancia. Los ídolos son una masa de nada, cada uno y todos. Y todos serán condenados a la absoluta aniquilación. Ellos quedarán plenamente destruidos (lyliîK'), sea que desaparezcan del todo siendo fundidos (funditus peribunt), sea que desaparezcan todos ellos, en el caso de que lyliîK' no se tome adverbialmente, sino en el sentido de todos y cada uno (todos ellos perecerán: tota peribunt; cf. Jc 20:40). Todo lo que es ídolo perecerá: sus imágenes, su adoración, incluso sus nombres y su memoria (Zac 13, 2).
Is 2, 19
dx;P;Û ynEùP.mi rp"+[' tALßxim.biW ~yrIêcu tArå['m.Bi ‘Wab'’W
`#r<a'(h' #roï[]l; AmßWqB. AnëAaG> rd:åh]meW ‘hw"hy>
Se meterán en las cavernas de las peñas y en las aberturas de la tierra, a causa de la presencia temible de Yahvé y delante de la gloria de su majestad, cuando él se levante para poner bajo terror la tierra.
Ahora se describe lo que harán los idólatras mismos, cuando Yahvé haya privado a sus ídolos complemente de toda su divinidad. Ellos se meterán en las tArå['m.i que son las cuevas naturales y en las tALßxim. que son las excavaciones subterráneas. Ésta parece ser la distinción entre los dos sinónimos. Poner bajo terror la tierra, #r<a'(h' #roï[]l;, ofrece una clara paronomasia que puede reproducirse bastante bien en latín: ut terreat terram.
De esta manera, el juicio descenderá sin limitación alguna sobre la tierra y sobre los hombres en su conjunto. Véase la palabra ha-adam, ~d"êa'h', de Is 2, 20, que no puede aplicarse a un individuo particular (cf. Jc 14, 15), a no ser por supuesto al primer hombre en Gen 2-3, sino que se aplica en general al ser humano o a la raza humana, es decir, a la totalidad de la naturaleza en cuanto entretejida con la historia del hombre, una totalidad completa, en la que el pecado (y por consiguiente la ira) han venido a ponerse en primer plano.
Cuando Yahvé se eleve, es decir, se ponga en pie sobre su trono celestial, para revelar la gloria manifestada en el cielo, y vuelva su fiero rostro judicial sobre la tierra pecadora, la tierra recibirá un inmenso shock (choque), como si fuera arrojada a un estado de caos semejante al del principio, antes de la creación (Gen 1, 1-2). Así podemos verlo claramente por Ap 6, 15, que retoma esta descripción del último juicio que está ofreciendo aquí el profeta (aunque Isaías lo hace desde un punto de vista restringido, limitándose a un horizonte nacional).
Is 2, 20
yleäylia/ taeÞw> APês.k; yleäylia/ tae… ~d"êa'h' %yliäv.y: ‘aWhh; ~AYÝB;
`~ypi(Lej;[]l'w> tArßPe rPoðx.l; twOëx]T;v.hi(l. ‘Al-Wf['( rv<Üa] Ab+h'z>>
Aquel día arrojará el hombre sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que los adorara, a los topos y murciélagos.
Is 2, 20 forma el comienzo de la cuarta estrofa. El texto tradicional, que hemos presentado, separa dos palabras que traducimos por “topos” (tArßPe rPoðx.l;), aunque resulte imposible descubrir lo que ellas pueden significar y aunque probablemente se trata de una sola palabra. La razón para dividirla está en el hecho de que las plurilíteras solían confundirse antaño casi siempre, tomándose como palabras compuestas por dos trilíteras (cf. Is 61, 1; Os 4, 18; Jer 46, 20)19. Ciertamente, el profeta pronunciaba la palabra como lachporpaeroth (palabra única: tArßPerPoðx.l;; cf. Ewald, § 157, c) y esa palabra debe significar un “ratón” (topo), literalmente alguien/algo que escarba y alza la tierra, una “talpa/topo”, como traduce Jerónimo y como interpreta Rashi.
Pues bien, en contra de eso, Gesenius y Knobel han elevado la objeción de que los topos no se encuentran nunca en las casas. Pero ¿debemos pensar que los amenazados de los últimos tiempos arrojarían sus ídolos en habitaciones oscuras de la casa, en vez de ocultarlos en cuevas y hendiduras exteriores? El topo, el ratón y murciélago, cuyo nombre (@Lej;[]) significaría según algunos “pájaro de noche”, se relacionan entre sí, conforme a los naturalistas, tanto antiguos como modernos.
Los murciélagos se relacionan con las aves como los topos con las pequeñas bestias de presa (cf., L. Levysohn, Zoologie des Talmud, Franckurt 1858, p. 102). Los LXX combinan estas dos palabras (topos y murciélagos) con hw"x]T;v.hi, adorar. En esa línea siguen Malbim y Luzzato, y así afirman que la mención de esas palabras contiene un tipo de absurda descripción de animales adorados por los hombres del final. Pero esta interpretación no tiene sentido.
El texto quiere decir que los idólatras, convencidos de la falta de valor de sus ídolos, a través de la manifestación judicial de Dios, y furiosos por la forma desastrosa en que han sido engañados por ellos, arrojarán con maldiciones sus imágenes de oro y de plata, que los artistas habían fabricado según sus instrucciones, para esconderlas en los escondrijos de los murciélagos y en los agujeros de las ratas, para ocultarlas de los ojos del Gran Juez, y para esconderse allí ellos mismos, tras haberse liberado de la carga inútil y perniciosa de esos ídolos.
Is 2, 21-22
hw"hy> dx;P;Û ynEùP.mi ~y[i_l'S.h; ypeÞ[is.biW ~yrIêCuh; tAråq.nIB. ‘aAbl' 21 `#r<a'(h' #roï[]l; AmßWqB. AnëAaG> rd:åh]meW P `aWh) bv'Þx.n< hM,b;-yKi( AP+a;B. hm'Þv'n> rv<ïa] ~d"êa'h'ä-!mi ‘~k,l' WlÜd>xi 22
21 Se meterán en las hendiduras de las rocas y en las cavernas de las peñas, a causa de la presencia formidable de Yahvé y del resplandor de su majestad, cuando se levante para castigar la tierra. 22 ¡Dejad pues al hombre, pues aliento está en su nariz!; porque ¿de qué estimación es él digno?
Con el verso 21 termina la cuarta estrofa de este “dies irae, dies illa”, vinculada a la última palabra profética de este capítulo. Pero después se añade, como un epifonema, un tipo de “nota bene”, formado por Is 2, 22. Los LXX prescinden simplemente de este verso, quizá porque les parece que tiene poco sentido. Pero ¿se trata de un verso tan poco inteligible? Jerónimo aceptó una falsa puntuación, y logró ofrecer de esa manera una extraña traducción (excelsus [hm'B', lugar alto] reputatus est ipse), (él mismo fue considerado como un lugar alto), reputatus est ipse), por la que el mismo Lutero parece haber sido engañado. Pero si miramos hacia atrás y hacia adelante resulta imposible equivocar el sentido del verso, que debe ser tomado no sólo como resultado de lo que le precede, sino también como transición y anuncio de aquello que sigue.
Este juicio (de Is 2, 22) viene precedido por la completa demolición de todo aquello que sirve para el orgullo y para la vana confianza de los hombres. Por su parte, el verso siguiente (Is 3, 1) retoma la misma predicción, con una referencia