ésta no es la única cosa extraña. Nos hallamos ante un hecho sin paralelos: que una sección profética que va pasando por todas las diferentes fases del discurso profético (exhortación, reproche, amenaza y promesa) comience con una promesa. Estamos, sin embargo, en condiciones de explicar con certeza la causa de este notable fenómeno, y no meramente por conjeturas. Is 2, 2-4 no contiene palabras del propio Isaías, sino las palabras de otro profeta, sacadas de su contexto, y así las encontramos también en Miq 4, 1-4. Puede ser que Isaías tomara esas palabras de Miqueas, o que tanto Isaías como Miqueas las tomaron de una fuente común (quizá Joel), pero ellas no son originalmente de Isaías16.
Isaías no quiso que esas palabras (Is 2, 2-4) aparecieran como suyas, ni las fusionó en el flujo general de su propia profecía, como los profetas hacían usualmente cuando tomaban predicciones de sus antecesores. Él no las reproduce en su totalidad, sino que, como podremos observar partiendo de su abrupto comienzo, él se limitó a citarlas. Ciertamente, este hecho parece concordar difícilmente con el encabezamiento donde se describe lo que sigue como palabra de Yahvé que vio Isaías. Pero la discrepancia es sólo aparente. Fue el espíritu de la profecía el que hizo que Isaías recordara un dicho profético que había sido ya proclamado y lo colocara en el punto de partida de los pensamientos que seguían presentes en su mente. Esta promesa prestada no se introduce aquí por sí misma, como algo aislado, sino que es simplemente una introducción auto-explicativa de las exhortaciones y amenazas que siguen, a través de las cuales el profeta va abriendo su camino hacia una conclusión que ya es suya y que está íntimamente entrelazada con este comienzo prestado.
Is 2, 2
varoåB. ‘hw"hy>-tyBe rh:Ü hy<÷h.yI) !Ak’n" ~ymiªY"h; tyrIåx]a;B. Ÿhy"åh'w>
`~yI)AGh;-lK' wyl'Þae Wrïh]n"w> tA[+b'G>mi aF'ÞnIw> ~yrIêh'h,
Y sucederá que al final de los días será confirmado el monte de la casa de Yahvé a la cabeza de los montes; será exaltado sobre los collados y correrán a él todas las naciones.
El tema de esta profecía, que Isaías toma prestada de Miqueas, es la gloria futura de Israel. La expresión “al final de los días” o “el fin de los días” (~ymiªY"h; tyrIåx]a;B.) que no aparece en ningún otro lugar en Isaías, se utiliza siempre en un sentido escatológico. No se refiere nunca al curso de la historia que sigue inmediatamente al tiempo presente, sino que indica invariablemente el punto más alejado de la historia de esta vida ‒ el punto que yace en los límites extremos del horizonte del que habla. Éste era un horizonte muy fluctuante. La historia de la profecía es justamente la historia de la extensión gradual y del cumplimiento o realización del espacio (camino de historia) intermedio (antes de ese horizonte final).
En las bendiciones de Jacob (Gen 49) la conquista de la tierra estaba en el principio de este tyrIåx]a; o tiempo de los últimos días, y la perspectiva se iba regulando de un modo consecuente. Pero aquí en Isaías ese tyrIåx]a; o fin de los días no contiene un tipo de mezcla semejante de acontecimientos que pertenecen al futuro más inmediato y más distante. Aquí se habla más bien del último tiempo, en el sentido literal más puro, comenzando con el principio del eón del Nuevo Testamento y terminando con su culminación (cf. Hbr 1, 1; 1 Ped 1, 20, con Cor 15 y el conjunto del Apocalipsis.
El profeta predice que la montaña portadora del templo de Yahvé, y que es por tanto la más excelsa de todas las montañas por su dignidad, se elevará un día con su altura sobre todas las altas montañas de la tierra. En el momento actual las montañas basálticas de Basán, que formaban orgullosos picos y elevaciones en forma de columna, podían mirar hacia abajo, con burla y desprecio, sobre la pequeña colina de caliza de Sión, que Yahvé había escogido para habitar en ella (Sal 68, 16-17); pero esta era una incongruencia que se superaría en los últimos tiempos, de manera que la forma exterior correspondiera a la interior, y la apariencia a la realidad y al valor intrínseco, y así la montaña de Sión se alzaría por encima de todas las restantes montañas de la tierra.
Este sentido profético del texto lo confirma Ez 40, 2, donde la montaña del templo viene a presentarse como gigantesca ante el profeta, y también Zac 14, 10 donde el conjunto de Jerusalén aparece elevándose sobre toda la tierra del entorno, que un día se convertiría en un llano. La cuestión de cómo sería esto posible un día, ya que supone una subversión completa del orden existente de la superficie de la tierra, se responde con facilidad, pues el profeta vio por un lado la nueva Jerusalén de los últimos días y por otro lado la nueva Jerusalén de la nueva tierra (Ap 21, 10) como si estuvieran fundidas una con la otra, y no las distinguió entre sí.
Pero mientras evitamos toda espiritualización indeseada del tema, queda todavía abierta una pregunta: ¿Qué sentido atribuye el profeta a la palabra varoåB., es decir, “como cabeza o cumbre”? ¿Quería decir el profeta que el Monte Moria se elevaría un día sobre lo alto de las montañas que le rodeaban, a más altura que ellas (como en Sal 72, 16), o que la Montaña de Sión se elevaría a la cabeza de todas (como en 1 Rey 21, 9. 12; Am 6, 7; Jer 31, 7)? La primera visión la defiende y desarrolla J. von Hofmann (1810-1877), en su obra Weissagung und Erfüllung, en la que desarrolla su visión de la historia de la salvación. Cf. vol. II, 217. Esto no significa que las montañas se apilarían unas encima de las otras, y la montaña del templo sobre la cumbre de todas, sino que ella aparecía como flotando sobre lo más alto de las otras.
De todas formas, como la expresión “será confirmada” (hy<÷h.yI) !Ak’n") no favorece esta exaltación aparentemente romántica y varoåB. tiene con más frecuencia el sentido de “a la cabeza” y no el de “como cumbre”, yo me decido por la segunda visión (la montaña de Sión se elevará sobre las restantes montañas), aunque pienso con Hofmann que lo que esta visión predice no es meramente una exaltación interior o espiritual de la montaña del templo en la estima de las naciones, sino también de una elevación física y externa.
Pues bien, cuando ella sea externamente exaltada, la montaña divinamente escogida se convertirá en el punto de encuentro y en el centro de unidad para todas las naciones. Entonces, todas ellas fluirán hacia Sión, con Wrïh]n" , un verbo denominativo que deriva rhn (río) (como en Jer 31, 12 y 51, 44). De esa manera, el templo de Yahvé, volviéndose visible para todas las naciones lejanas, ejercerá una gran atracción magnética, y lo hará con todo éxito, de manera que los pueblos serán como ríos que fluyan hacia Sión.
Así como en otro tiempo los hombres se habían separado y dividido unos de los otros en la llanura de Senaar, de manera que brotaron diferentes naciones, así las naciones del futuro se reunirían y juntaría todas sobre la montaña de la casa de Yahvé, y de esa manera vivirían allí, como miembros de una familia, nuevamente en amistad. Y como Babel, que es confusión, según el sentido de su nombre, era el lugar desde el que la corriente de naciones se expandió hacia todo el mundo, así Jerusalén (ciudad de paz) se convertirá en el lugar hacia el que desemboca la corriente de las naciones, hasta que todas se reúnan una vez más y para siempre, en torno a la promesa de Yahvé. En el momento actual sólo hay un pueblo (Israel) que realiza peregrinaciones a Sión, en las grandes festividades, pero al fin será todo muy diferente.
Is 2, 3
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yKiÛ wyt'_xor>aoB. hk'Þl.nEw> wyk'êr"D>mi ‘WnrE’yOw> bqoê[]y: yheäl{a/ ‘tyBe-la,
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Y vendrán muchos pueblos y dirán: “Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas”. Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé.
Ésta es su señal, para comenzar; éste su canto para el camino (cf. Zac 8, 21-22). Lo que les impulsa es el deseo de salvación, un anhelo que se expresa en el nombre que ellos dan a la meta hacia la que tienden. Ellos dan al monte Moria el nombre de “monte de Yahvé”, y al templo que se eleva sobre ese monte el de “la casa del Dios de Jacob”. Por su frecuente uso, Israel se había convertido en el nombre popular para el pueblo de Dios, pero