y ha puesto en el centro el fruto moral de la Ley, en su aplicación universal.
Is 1, 18
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Venid, pues, y litiguemos juntos, dice Yahvé. Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.
La primera división básica del mensaje ya ha concluido. Sobre ese fondo, Is 1, 18 ofrece el momento de paso entre las dos partes en las que ese mensaje se divide. Hasta aquí, Yahvé se ha dirigido a su pueblo con ira. Pero su amor había comenzado a ponerse en marca, incluso en las amonestaciones de Is 1, 16-17. Pues bien, a partir de aquí, ese amor que no desea la destrucción de Israel, sino su salvación interior y exterior, irrumpe ya plenamente.
Yahvé reta a Israel, invitándole a un juicio formal. La palabra “juicio” (nokach, xk'An, ) se emplea aquí en un sentido recíproco, y con el mismo significado que mishpat (jP'v.mI) en Is 43:26 (Ges. §51, 2). En ese juicio, Israel debe ser condenado, pues su autojustificación descansa sobre una justicia vergonzosa, que, bien examinada, no es más que injusticia machada de sangre. Aquí se toma por supuesto que éste ha de ser y es el resultado de la investigación judicial. Israel merece, en esa línea, la condena a muerte. Pero Yahvé no quiere tratar a Israel conforme a su justicia retributiva, sino conforme a su libre compasión. Él omitirá el castigo, y no sólo mirará el pecado como si no existiera, sino que lo cambiará en su opuesto. El más rojo pecado posible se convertirá, a través de su misericordia, en el más blanco más intenso del perdón.
Sobre los dos hifiles, aplicados aquí al color, cf. Gesenius §53, 2; aunque él precisa su significado de un modo incorrecto, diciendo que se trata de “tomar/tener un tipo color”, mientras que las palabras significan más bien “emitir” un color (not colorem, recibir color, sino colorem dare, dar color). Shâni (ynIV') significa color rojo; el plural shânimn (~ynIv'), como en Prov 31, 21, evoca materiales teñidos con shâni. En esa línea ynIv' y l'ÞAT (tolâ), rojo, son simplemente nombres diferentes que se aplican al mismo color, es decir, a un tipo de carmesí obtenido a través de un insecto del tipo de la cochinilla (Color cocccineus).
La representación de la obra de la gracia prometida por Dios como un cambio del rojo al blanco está fundada en el simbolismo de los colores, que encontramos por ejemplo cuando los santos del Apocalipsis (Ap 19, 8) aparecen descritos con hábitos blancos, mientras que el vestido de Babilonia es púrpura y escarlata (Is 17, 4). Rojo es el color del fuego, y por tanto de la vida; la sangre es roja porque la vida es un proceso ígneo. Por eso, la novilla de la que se obtenían las cenizas de la purificación para aquellos que se habían vuelto impuros por el contacto con los muertos, debía ser roja; y la rama de aspersión, con la que se rociaban los impuros, debía de estar sujeta con una banda de lana escarlata. Pero, en cuanto opuesto al blanco (que era el color de la luz: Mt 17, 2), el rojo es el color de la codicia egoísta, de la vida pasional, que por su naturaleza se busca a sí misma, y que sólo sale de sí misma para destruir, expandiéndose con una violencia tempestuosa; por eso es el color de la ira y del pecado.
Suele suponerse que Isaías habla del rojo como color del pecado porque el pecado lleva al asesinato, y esto no es totalmente falso, pero resulta demasiado limitado. El pecado se llama “rojo” porque es como un fuego ardiente que consume al ser humano, y cuando ese pecado se expande consume también a sus compañeros. Conforme a la visión bíblica, mirada en general, la relación del pecado con lo que es agradable a Dios, y la relación de la ira con el amor o la gracia, es la misma que la que hay entre el fuego y la luz, la misma que hay entre el rojo y el blanco, y entre el negro y el blanco, porque rojo y negro son colores que están uno al lado del otro.
En el Cántico de Salomón (Cant 7, 4) se dice que los rizos negros de la Sulaminta son “como púrpura”, y Homero aplica el mismo epíteto a las oscuras olas del mar. Pero hay todavía una razón más profunda para esto. El rojo es el color del fuego, que brota desde la oscuridad y que vuelve a ella de nuevo, mientras que el blanco, sin ninguna mezcla de oscuridad, representa el puro y absoluto triunfo de la luz.
Éste es un símbolo profundo y significativo del acto de la justificación. Yahvé ofrece a Israel una “acción forense”, un proceso judicial a través del cual ha de ser justificado por gracia, aunque había merecido la muerte a causa de sus pecados. La justificación que Israel conseguirá, blanca como la nieve y la lana, es un don que le ha sido dado por pura compasión, sin que haya sido lograda por ningún tipo de acción u obra legal del mismo pueblo.
Is 1, 19-20
`Wlke(aTo #r<a'Þh' bWjï ~T, _[.m;v.W WbßaTo-~ai 19 s `rBE)DI hw"ßhy> yPiî yKi² WlêK.auT. br<x, ä ~t,yrIm.W Wnàa]m'T.-~aiw> 20
19 Si vosotros, pues, voluntariamente escucháis, comeréis lo mejor de la tierra; 20 pero si sois obstinadamente rebeldes, seréis consumidos a espada. La boca de Yahvé lo ha dicho.
Pero, tras la restauración de Israel in integrum por este acto de gracia, todo lo demás dependerá incuestionablemente de la conducta del mismo Israel. Yahvé determinará el futuro de Israel de acuerdo con la propia decisión del pueblo. Después de su justificación, tanto la bendición como la maldición dependen una vez más de los justificados, como lo había proclamado hace tiempo la misma Ley (comparar Is 1, 19 con Dt 28, 2, y Lev 26, 3. Y comparar también Is 1, 20 con la amenaza de muerte por la espada que aparece en Lev 26, 25).
La promesa de comer, es decir, de gozar plenamente de las bendiciones domésticas, y por tanto de un descanso pacífico, un descanso bien ubicado en la tierra (en el hogar), se sitúa en contraste con la maldición de ser comidos por la espada (chereb, br<x, ä, que aparece como acusativo instrumental (como en Sal 17, 13-14). Pero la construcción adverbial del texto, sin genitivo, ni adjetivo, ni sufijo (como en Ex 30, 20) resulta muy rara (cf. Ges. §138, nota. 3). Pues bien, en nuestro pasaje nos hallamos ante una construcción arriesgada, que el profeta se atreve a formular de esa manera, en vez de decir, de un modo más sencillo, brx ~klkaT, para evitar de esa manera la paronomasia (pueden consultarse sobre el tema las reflexiones de J. Böttcher, Collectanea Hebraica: ad grammatici studii repititionem moderationemque, H.M. Gottschalckii, 1844, 161).
En las cláusulas condicionales, los dos futuros van seguidos por dos pretéritos (cf. Lev 26, 21, lo que está más en conformidad con nuestro modo occidental de expresarnos), dado que tanto obedecer como rebelarse son consecuencias de un acto de la voluntad: si vosotros queréis, y en consecuencia de eso obedecéis…; y si vosotros rehusáis, y os rebeláis por tanto contra Yahvé… Estrictamente hablando, nos hallamos ante perfectos consecutivos (perfecta consecutiva).
Conforme al modo antiguo de escribir, este pasaje de Isaías (Is 1, 18-20 formaba una parashah por sí misma, es decir una sethumah o parashah, indicada por espacios dejados en blanco en la misma línea. La piskah final (indicada con una samej: s) corresponde a una larga pausa en la mente del lector. ¿Tomará Israel el camino salvador del perdón abierto así ante él, caminando de esa forma en una obediencia renovada, de manera que sea así posible mantenerse siempre de nuevo en este camino? Esto será posible para algunos individuos, pero no para el conjunto del pueblo. Por eso, la llamada divina se transforma ahora en un lamento dolorido. No podía esperarse una solución tan pacífica como ésta para superar la discordia entre Yahvé y sus hijos, por eso el profeta teme y anuncia lo peor. Jerusalén estaba demasiado depravada.
Is 1, 21
!yliîy" qd<c, ² jP'ªv.mi ytiäa]lem. hn"+m'a/n< hy"ßr>qi hn"ëAzl. ht'äy>h' ‘hk'yae
`~yxi(C.r:m. hT'î[;w> HB'Þ
¿Cómo te has convertido en ramera, tú, la ciudadela fiel? Llena estuvo de justicia, en ella habitó la equidad, ¡pero ahora… homicidas!
El tono que aquí resuena es el de una elegía o kinah. La palabra hk'yae, por la que empieza (que a veces se abrevia