Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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de las palabras. Esos verbos, que son de tipo onomatopéyico denotan un gemido profundo y pesado. Por el contrario, la palabra utilizada aquí (~auÛn) expresa algo que se dice en forma secretamente significativa, con solemne suavidad; nunca se emplea de un modo absoluto, sino que va siempre seguida por el sujeto que habla: ¡Palabra de Yahvé!, es decir, hw"åhy> habla. La encontramos por primer lugar en Gen 22, 16. Entre los escritos proféticos aparece en Abdías y Joel, pero más frecuentemente en Jeremías y Ezequiel. Se escribe generalmente al final de una sentencia o, a modo de paréntesis, en su centro. Raramente aparece al comienzo, como aquí y en 1 Sam 2, 30 y en Sal 110, 1.

      El dicho comienza con hoi (yAh), ¡ah! o ¡basta ya! de tal forma que el dolor de la piedad de Dios se mezcla con la explosión decidida de su ira, que se expresa con dos verbos en nifal (hm'Þq.N"ai y ~xeäN"a,), que derivan de raíces semejantes. El primero está conjugado con “e” (,) en línea performativa, el segundo con “i”( i), conforme al así llamado sistema de vocalización asirio. De esta forma, Yahvé podrá alcanzar satisfacción respecto de sus enemigos, arrojando sobre ellos la ira con la que hasta ahora se hallaba cargado en su interior (Ez 5, 13). De esta forma, él llama a las masas de Jerusalén con su verdadero nombre.

      Is 1, 25

      `%yIl")ydIB.-lK' hr"ysiÞa'w> %yIg"+ysi rBoàK; @roðc.a,w> %yIl;ê[' ‘ydIy" hb'yviÛa'w>

       Volveré mi mano sobre ti, limpiaré tus escorias hasta con lejía y quitaré toda tu impureza.

      Este versículo expresa claramente aquello en lo que consiste la venganza con la que Yahvé se hallaba internamente cargado como hemos visto ya (cf. Is 1, 24), y lo hace con la palabra hm'Þq.N"ai (del verso anterior), un cohortativo que indica opresión interna. Durante el tiempo en que Dios deja a una persona a solas en sus acciones o sufrimientos, su mano (es decir, su actividad) está en descanso. Pues bien, “volver la mano sobre” una persona (%yIl;ê[' ‘ydIy" hb'yviÛa') implica un movimiento de ese miembro simbólico de Dios, que había estado antes en descanso, sea para infligir un castigo judicial sobre la persona citada (cf. Am 1, 8; Jer 6, 9; Ez 38, 12; Sal 81, 15), o también (aunque este caso es menos frecuente, con el propósito de salvarla (Zac 13, 7).

      Este pasaje evoca un tratamiento divino sobre Jerusalén en el que se combinan el castigo y la salvación: el castigo como medio, la salvación como meta. Esta actuación de Yahvé viene a presentarse como un proceso de acrisolamiento por el cual se destruye no a Jerusalén como tal, sino lo que hay de impío en Jerusalén. Lo impío de Jerusalén se compara con la escoria o (como el verbo parece indicar) con el mineral mezclado con escoria; y así como el plomo se expulsa cuando se purifica la plata, así expulsará Yahvé, de una forma rápida y total, todos los elementos que se parecen en Jerusalén al plomo, como si fueran sustancias de propiedades alcalinas; éste es el sentido de la palabra kabor (rBoàK;). En ese sentido se entienden las impurezas (~yIlydIB'), de (lydIB'), es decir, todas las partes de estaño o de plomo que han de separarse de la plata14.

      Is 1, 26

      !keª-yrEx]a; hL'_xiT.b;K. %yIc:ß[]yOw> hn"ëvoarIåb'K. ‘%yIj;’p.vo hb'yviÛa'w>

      `hn")m'a/n< hy"ßr>qi qd<C,êh; ry[iä ‘%l' arEQ"ÜyI

       Haré que tus jueces sean como al principio, y tus consejeros como eran antes; entonces te llamarán “Ciudad de justicia”, “Ciudadela fiel”.

      Como la amenaza contenida en el verso anterior no conducía a la destrucción, sino simplemente a la purificación de Jerusalén, no hay nada extraño en el hecho de que Is 1, 26 pase de la amenaza a la pura promesa. El verso precedentes, con la terminación en tono de lamento suave, lleno de añoranza, con un final en %yI_, está indicando que se asume de nuevo el carácter básico de los himnos de Sión.

      Ciertamente, la misma amenaza fue relativamente una promesa, pues indicaba que aquel que pudiera mantenerse en medio del fuego habría sobrevivido al juicio; y el objetivo básico del juicio era lograr que Jerusalén volviera a ser el más puro metal, conforme a su propia naturaleza. Pero cuando esto se hubiera cumplido debería darse todavía algo más. La semilla indestructible que permaneciera entonces vendría a cristalizarse y permanecer, porque Jerusalén recibiría de nuevo, de parte de Yahvé, los jueces y consejeros que ella había tenido en los antiguos y florecientes años de la monarquía, es decir, desde el tiempo en que ella se ha convertido en ciudad de David y del templo; ciertamente, no volverían las mismas personas, pero sí otras personas semejantes a ellas en excelencia.

      Bajo esos líderes concedidos por Dios, Jerusalén volvería a ser lo que una vez había sido, y lo que ella debería llegar a ser. Los nombres aplicados a la ciudad indican la impresión producida por la manifestación de su verdadera naturaleza. El segundo nombre esta escrito sin artículo, tal como aparece siempre la palabra hy"ßr>qi (ciudadela) en Isaías con su sonido fuerte, definitivo. Según eso, Yahvé anuncia el camino irrevocablemente determinado que el recorrerá con Israel, como el único camino de salvación. Pues bien, así se expresa el principio fundamental del gobierno de Dios, la ley de la historia de Israel.

      Is 1, 27

      hq")d"c.Bi h'yb,Þv'w> hd<_P'Ti jP'äv.miB. !AYàci

       Sión será redimida con derecho y sus convertidos con justicia.

      Is 1, 27 presenta el tema de una manera breve y concisa. Las palabras jP'äv.mi y hq")d"c. (justicia y derecho) se utilizan siempre para referirse a dones divinos (Is 33, 5; 28, 6), para indicar una conducta que es agradable a Dios (Is 1, 21; 32, 16) y a las virtudes regias mesiánicas (Is 9, 6; 11, 3-5; 16, 5; 32, 1). Pues bien, aquí, conforme al sentido del contexto, ellas debe interpretarse, según algunos pasajes paralelos (como Is 4, 4; 5, 16; 28, 17), significando el derecho y la justicia de Dios en su sentido primario de auto-cumplimiento judicial.

      El medio por el que vendrían a ser redimidos los habitantes de Sión, en la medida en que permanecieran fiel a Yahvé, y aquellos que se convirtieran a Dios en medio del juicio, se concretaría a través de un proceso dirigido por el mismo Dios, el Justo; sería un juicio sobre los pecadores y sobre el pecado, una manifestación fuerte de Dios por la que vendría a destruirse aquel poder que había tenido cautivada la naturaleza divina de Sión, sin dejar que ella se expresar y desplegara conforme a su verdad más honda; sería en consecuencia un juicio por el que aquellos que tornara a Yahvé serían incorporados a su verdadera Iglesia. Mientras tanto, en esperanza de ese final de salvación, Dios se estaba revelando a sí mismo en su justicia punitiva, para manifestarse después como portador de su verdadera justicia salvadora que sería concedida como don de gracia sobre aquellos que se liberaran de su justicia anterior (punitiva).

      La noción de justicia que se aplica aquí tiene ya los rasgos que aparecerán con toda claridad en el Nuevo Testamento. Frente a ella está el fuego de la Ley; tras ella, impulsando su despliegue, está el amor del Evangelio. El amor se encuentra escondido tras la ira, como el sol tras las nubes de tormenta. Sion, en la medida en que es o se está convirtiéndose en la auténtica ciudad de Dios, será redimida, y sólo los impíos serán destruidos. Pero, como se añade en el próximo versículo, la destrucción se hará sin misericordia.

      Is 1:28

      `Wl)k.yI hw"ßhy> ybeîz>[ow> wD"_x.y: ~yaiÞJ'x;w> ~y[i²v.Po rb,v,w>

       Pero quebrantados (serán) los rebeldes y pecadores a una, y los que han dejado a Yahvé serán consumidos.

      El aspecto judicial del acto de redención que se aproxima se expresa aquí de una manera que todos pueden comprender. La cláusula sustantiva (de exclamación) de la primera parte del verso se desarrolla en la segunda parte a través de una frase verbal declaratoria. Los rebeldes (~y[i²v.Po) son aquellos que se han separado de Yahvé tanto de una forma interior como exterior; pecadores (~yaiÞJ'x;) son aquellos que están viviendo en abierta oposición a Dios; finalmente, los que han dejado a Yahvé (hw"ßhy> ybeîz>[o) son aquellos que se han separado de Dios de cualquiera de esas dos formas anteriores.

      Is 1, 29

      `~T,r>x;B. rv<ïa] tANàG:h;me WrêP.x.t;’w> ~T,d>m;x] rv<åa] ~yliÞyaeme