un fin sin esperanza. “Devastación” (ht'b', Ges. § 67, nota 11) indica algo que está “cortado” (abscissum = locus abscissus o praeruptus, Is 7, 19) o destruido (abscissio = deletio). Este último es el sentido que tiene aquí frase. La expresión ht'b' Whteäyvia]w: se utiliza como una forma culta para indicar la destrucción de algo, es decir, para presentar la llegada de su fin.
Ya no tiene sentido seguir podando ni cavando la viña, pues el Señor no quiere que ella suministre frutos. La voluntad del Señor es que el suelo (cf. Is 34, 13; Prov 24, 32) de esta viña engañosa venga a convertirse en lugar donde brotan o crecen (hl'î[') cardos y espinas (tyIv"+w" rymiÞv'), palabras que están en acusativo (cf. Ges. §138, 1, nota 2) y que son, cada una en si misma y las dos combinadas, exclusivas y peculiares de Isaías27.
A fin de que esa tierra permanezca devastada como un desierto, las nubes recibirán también el mandamiento del Señor, de no llover en ellas. Ya no puede quedar ninguna duda sobre el Señor de la Viña, que es el mismo Señor de las nubes y, en consecuencia, el Señor del cielo y de la tierra, el más querido y más amado del profeta. El canto que ha empezado con un tono tan poético e inocente se ha convertido en una terrible y dolorosa palabra de repulsa. La cáscara o revestimiento de la parábola que ha venido partiéndose se ha roto al fin y ha caído ya totalmente, dejando al descubierto el núcleo del castigo (cf. Mt 22, 13; 25, 30). Lo que esa parábola dice en forma simbólica es realmente verdadero, y así lo muestra ya el profeta y lo establece de una forma abierta.
Is 5, 7
[j;Þn> hd"êWhy> vyaiäw> laeêr"f.yI tyBeä ‘tAab'c. hw"Ühy> ~r<k, øyKiä
s `hq")['c. hNEïhiw> hq"ßd"c.li xP'êf.mi hNEåhiw> ‘jP'v.mil. wq:Üy>w: wy['_Wv[]v;
Porque la viña de Yahvé de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son la plantación de su deleite. Esperaba juicio, y hubo opresión; justicia, y hubo gritos pidiendo auxilio.
El contenido del juicio anterior no se reduce al hecho de que el Señor de la viña no dejará caer ya más lluvia sobre ella, porque esté Señor es Yahvé (cosa que no se afirma expresamente en esta frase, comenzando con yKiä), y eso supone que el juicio en curso tiene un sentido aún más profundo. El tema de fondo es la historia de la viña, porque todo Israel y especialmente el pueblo de Judá se identificaban con ella, pero ella ha decepcionado de manera muy amarga la esperanza de su Señor.
Ahora queda claro que ésta es la viña del Señor de los Ejércitos, es decir, del Dios omnipotente a quien incluso las nubes han de servir cuando él venga a impartir su castigo. La expresión inicial yKiä (ciertamente, porque) no sirve para justificar sólo la verdad de la última afirmación, sino la de todo el pasaje. Estamos aquí ante un yKiä de tipo explicativo, que sirve para abrir todo el “epimythion”, es decir, la explicación del simbolismo.
“La viña de Yahvé de los ejércitos” (tAab'c. hw"Ühy> ~r<k, ø) se identifica así con casa de Israel (laeêr"f.yI tyBeä), que es la misma nación israeliita, que aparece representada también en otros pasajes bíblicos bajo la misma figura de la viña (Is 27, 2; Sal 80 etc.). La viña es todo Israel, pero como Isaías era profeta en Judá, él aplica esta figura de un modo más particular a su tierra, que había sido llamada plantación favorita de Yahvé, pues era la sede del santuario divino (de Jerusalén) y del reino davídico.
A partir de aquí es bastante fácil interpretar las diferentes partes del símil empleado. El rico “cuerno de abundancia” era la tierra de Canaán, de la que fluye leche y miel (Ex 15, 17); el proceso de cavar la viña y de limpiarla de piedras se realizó a través de la conquista de Canaán, tierra que antes se hallaba en manos de habitantes paganos (Sal 54, 3); las viñas más preciosas, tipo sorek (qrEfo), eran los sumos sacerdotes y profetas y reyes de Israel de los tiempos antiguos y mejores (Jer 2, 21); la torre de defensa y ornamento en medio de la viña era Jerusalén como ciudad real, con Sión como fortaleza (Miq 4, 8); la prensa de vino era el templo donde, conforme al Sal 36, 9 fluía en torrentes el vino del gozo celeste, un vino que según Sal 42, 1-11 y muchos otros pasajes saciaría la sed de las almas de todos los fieles.
Jer 5, 10 y 12, 10 explicarán a su manera la devastación de la viña, que vendrá a ser pisoteada…, por castigo de Dios. Así se expresa en nuestro texto la más profunda decepción de Yahvé, por un juego de dos palabras cercanas que indican el cambio sorprendente entre lo que Yahvé deseaba (que era jP'v.mi, juicio) y lo que Israel ha producido, que es lo opuesto (xP'êf.mi, opresión).
La explicación que Gesenius, Caspari, Knobel y otros dan de la palabra xP'êf.mi, traduciéndola como derramamiento de sangre, no puede sostenerse, porque, aunque debamos admitir que esa palabra tenga una o dos veces en el libro arabeizante de Job (cf. 30, 7; 14, 19) el sentido de derramar sangre, esta raíz verbal no aparece en hebreo ni en arameo. Además, en todo caso, xP'êf.mi significaría derramamiento o vertimiento de un líquido, pero no de sangre en concreto.
Tampoco se puede aceptar como válida la traducción “lepra”, pues no ofrece sentido en este contexto. Por eso preferimos entender el sentido de esta palabra interpretándola como derivada del verbo hps (cf. kal en 1 Sam 2, 36: nifal en Is 14, 1; hitpael en 1 Sa. 26, 19), que aparece en derivados como psy psa pws y cuyo sentido básico es barrer, arrebatar. En esa línea, pensamos que xP'êf.mi significa apropiación violenta de la propiedad de otro, es decir injusticia y opresión, y ésta es una antítesis apropiada de jP'v.mi. Eso significa que el profeta está describiendo en un tono altamente figurado cómo el aspecto noble de unos racimos elegidos ha venido a convertirse en el aspecto vil de unos racimos salvajes, sin nada más que una apariencia externa.
La profecía continúa ahora con un discurso de siete momentos, que consta de seis ayes, contenidos en Is 5, 8-23, con el anuncio del juicio con el que termina después el conjunto del pasaje. Por medio de estos seis ayes el profeta describe los malos frutos de la viña, uno por uno. A modo de confirmación de nuestra traducción de xP'êf.mi, el primer ay se refiere a la codicia y avaricia como raíz de todos los males.
Is 5, 8
~Aqêm' sp,a, ä d[;… WbyrI+q.y: hd<Þf'b. hd<îf' tyIb;êB. ‘tyIb;’ y[eîyGIm; yAhª
`#r<a'(h' br<q<ïB. ~k,D>b;l. ~T,b.v;Wh)w>
¡Ay de los que juntan casa a casa y añaden hacienda a hacienda hasta que no hay lugar! ¿Habitaréis vosotros solos en medio de la tierra?
Al participio (y[eîyGIm;) le sigue un verbo finito (WbyrI+q.y:), como en Is 5, 23; 10, 1. Por su parte, la palabra sp,a, ä tiene el sentido de un “no” intensivo: Los israelitas pervertidos son insaciables, y no descasarán hasta que habiendo “tragado” toda pequeña parcela de propiedad de la tierra, se adueñen de todo el país, que caerá así bajo su posesión, de manera que no pueda instalarse y vivir ninguno más que ellos en la tierra (cf. Job 22, 8).
Esta codicia era altamente reprensible, dado que la Ley de Israel establecía y procuraba de un modo muy exigente y cuidadoso, que, en cuanto fuera posible, hubiera una distribución igualitaria de la tierra, de manera que la propiedad hereditaria de la familia fuera inalienable. Toda propiedad de tierra que hubiera sido alienada debía volver a la familia cada cincuenta años (Lev 25), es decir, el año del jubileo, de tal manera que la alienación se refería solamente al uso de la tierra, hasta que llegara ese tiempo de rescate o jubileo. Solamente en el caso de las casas de las ciudad se había restringido ese derecho de redención a un solo año, al menos conforme a una legislación posterior.
Jer 34 nos muestra lo mal que se cumplió la ley de los años del jubileo, al decirnos que la ley de la manumisión de los esclavos hebreos en el años sabático había caído enteramente en olvido. Miqueas, contemporáneo de Isaías, eleva en este plano la misma queja que Isaías (cf. Miq 2, 2). Desde ese fondo se entiende la acusación de Isaías en contra de aquellos que se adueñan fraudulentamente de toda la tierra.
Is 5, 9-10
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