Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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al exilio porque no tiene conocimiento (t[;d"_-yliB.mi). El significado de esa expresión no puede ser “por falta de conocimiento” (en sentido causal), sino “sin” (en sentido modal), porque el tema y sentido de la palabra que se une a la partícula yliB., no es causal, sino de negación, de manera que yliB.mi, como preposición significa “sin” (absque).

      Pero ¿qué significa ir “sin conocimiento”, es decir, “sin conocer lo que pasaba”, como en Os 4, 6 donde t[;d"_h: se construye con artículo, o más bien sin tener conciencia de ello? No es preciso discutir mucho sobre el tema, porque las dos traducciones son fundamentalmente iguales. El conocimiento del que, según 5, 12, carecen los israelitas era más específicamente un conocimiento del juicio de Dios que estaba pendiendo sobre ellos, de manera que la cautividad que les sobrevendría sin conocimiento era necesariamente una cautividad sin conciencia.

      Su gloria (kebodo: AdAbk.) y su multitud (hamono: AnàAmh]) son palabras que deben entenderse por tanto (como muestra su condición de predicados) como nombres colectivos empleados en un sentido personal; el primero indica la porción más selecta de la nación (como en Miq 1, 15) y el segundo la masa del pueblo, que vivía en medio de revueltas y tumultos.

      Los primeros (la gloria de Israel) se convertirán en “hombres/muertos de hambre” (b['r" yteäm.), como puede verse en otros lugares (cf. 2 Sam 19, 29; 1 Sam 26, 16); los segundos serán am'(c' hxeîci. (que hemos traducido como muertos de sed). El adjetivo tsijeh (hxeîci) es un hápax y no conocemos su significado más preciso. Pero el sentido de la frase es claro: los ricos glotones morirán de hambre, y la agitada multitud morirá de sed.

      Is 5, 14

      dr:’y"w> qxo+-ylib.li h'ypiÞ hr"î[]p'W Hv'êp.n: ‘lAaV. hb'yxiÛr>hi !keªl'

      `HB'( zleî['w> Hn"ßAav.W Hn"±Amh]w: Hr"ód"h]

       Por eso ensanchó garganta el sheol y sin medida extendió su boca; y allá descenderá la gloria de ellos y su multitud, su fasto y aquellos que se regocijaban dentro de ella (de Jerusalén).

      La amenaza del castigo comienza de nuevo con un “por eso” (!kel'); el castigo no está todavía satisfecho y por lo tanto profundiza aún más. Los verbos que siguen al laken son pretéritos proféticos, como en Is 5, 13. Los sufijos femeninos aplicados a los que están siendo tragados por el mundo inferior no se refieren al sheol, aunque este nombre se construye más en femenino que en masculino (como en Job 26, 6), sino a la misma Jerusalén, como lo exige la última cláusula (los que se regocijaban dentro de ella).

      El cambio de tono que ofrece zle[', regocijarse (al final del versículo) está pensado para que, por así decirlo, se puede escuchar el rodar y el ser tragados de los que descienden. Al mundo inferior o sheol se le atribuye una boca y también un nefesh (vp,n<) o garganta, es decir un tipo de alma insaciable, tema que se aplica a veces metonímicamente a la sed de sangre (Sal 27, 12) y a veces a su misma insaciabilidad (Is 56, 11) e incluso, como en el presente pasaje y en Hab 2, 5, a la garganta “o tragadera” que el sheol abre “sin medida” (qxo+-ylib.li), pues su insaciabilidad no conoce límites (cf. Psychol. p. 204).

      Se ha vuelto común rechazar totalmente la visión antaño dominante según la cual la palabra sheol (lAaV.) provenía del verbo la;v', en el sentido en que se ha empleado generalmente, es decir: preguntar o inquirir; pero Casperi, que ha retomado la hipótesis antigua, tiene razón en la medida en que piensa que la palabra que el profeta tiene en su mente al decir lAaV. es ésa y no otra (el sheol es la gran pregunta abierta ante la vida, como una inmensa garganta abierta).

      Esta palabra lAaV. (en forma infinitiva, lo mismo que dqoP.) significa primariamente la pregunta irresistible e inexorable planteada a todas las cosas de la tierra; y después, en segundo lugar, en un sentido local, significa el lugar donde habitan las sombras, lugar al que son llamadas todas la cosas de la superficie de la tierra. Esa palabra puede significar también, esencialmente, la maldición divinamente establecida que pregunta y traga a todas las cosas que existen sobre la tierra.

      A pesar de ello, en sentido estricto, nosotros pensamos que la palabra lAaV., como se decía generalmente, se encuentras asociada en pensamiento con la;v', preguntar o demandar. Originalmente, pudo haber sido derivada, sin duda de la idea primaria y más material del verbo la;v', que tenía posiblemente el significado de ser hueco, una idea que ha sido también asumida por el verbo l[v30.

      Sea como fuere esta derivación responde a la visión que prevalecía generalmente en tiempos antiguos, y, conforme a ella, el Hades se situaba en el interior de la tierra. Por otra parte, no hay nada realmente absurdo en esto, dado que forma parte del poder y de la libertad del Dios omnipresente manifestarse a sí mismo dónde y como el quiera, allí donde él se manifiesta a sí mismo. Dios se revela a sí mismo sobre la tierra, es decir, a los hombres que habitan en ella. Él se manifiesta también en el cielo, entre los espíritus bienaventurados, a la luz de su amor. De un modo correspondiente, él se revela a sí mismo bajo la tierra, es decir, en el lAaV., en la oscuridad y el fuego de su ira.

      A excepción de Henoc y de Elías, que salieron maravillosamente de este vida, el camino de todo mortal acaba aquí, hasta el tiempo en que Jesucristo, habiendo pagado primero el λὐτρον, es decir, habiendo derramado su sangre, que cubre y perdona nuestra culpa, transformando la ira de Dios en amor, descienda al Hades/Sheol, para ascender desde allí al Cielo, cambiando así la muerte de todos los creyentes, de manera que ellos, en vez de descender al Hades, asciendan al Cielo. Pero incluso en el Antiguo Testamento los creyentes pueden haber conocido que aquellos que se hayan refugiado ya desde esta tierra en manos de Yahvé, el viviente, podrán retener su germen eterno de vida incluso en el lAaV., en medio de las sombras y gustarán el amor de Dios en esa misma situación, en medio de la ira.

      Este postulado de fe es el que subyace en el hecho de que, incluso en el Antiguo Testamento, el sentido más amplio y universal del lAaV. comenzara a contraerse ya en la noción más limitada del infierno propiamente dicho (cf. Psychol. p. 415). Esto es lo que sucede precisamente en el pasaje que comentamos, en el que Isaías predice que todo aquello de lo que Jerusalén estaba orgullosa, con las personas que se regocijaban en esa cosas, descenderían al Hades. De manera semejante, el autor koraita del Sal 49 escribió que la belleza de los malvados sería entregada al hades/sheol, donde sería consumida, sin tener por tanto lugar alguno en el mundo superior, cuando la justicia asumiría el dominio sobre ellos en la mañana (Sal 49, 14). En este contexto el Hades resulta prácticamente equivalente a la Gehena del Nuevo Testamento.

      Is 5, 15-16

      `hn"l.P;(v.Ti ~yhiÞbog> ynEïy[ew> vyai_-lP;v.YIw: ~d"Þa' xV;îYIw: 15 `hq")d"c.Bi vD"Þq.nI vAdêQ'h; ‘laeh'w> jP'_v.MiB; tAaßb'c. hw"ïhy> hB;²g>YIw: 16

       15 El hombre será humillado, el varón será abatido, y humillados serán los ojos de los altivos. 16 Pero Yahvé de los ejércitos será exaltado en juicio; el Dios Santo será santificado con justicia.

      El profeta repite aquí un pensamiento que formaba parte de uno de los estribillos de su segundo discurso profético (Is 2, 9. 11; cf. Is 2, 17), y que ahora recibe un sentido más profundo desde el contexto en el que se sitúa. Aquel que se ha exaltado a sí mismo desde la tierra al cielo será derribado del cielo a la tierra, hasta caer al infierno.

      Los futuros consecutivos del texto describen los acontecimiento venideros, que aparecen representados ya históricamente presentes en forma de, como la secuela directa de aquello que ha sido representado también como presente en el versículo anterior (Is 5, 14): El Hades se abre y entonces los dos, tanto los del bajo Jerusalén como los del alto Jerusalén, caerán al abismo, de manera que sus ojos, mirando hacia arriba, se admirarán sobre aquello que acontece desde las profundidades horribles.

      Dios, que es, al mismo tiempo, el exaltado y el santo en sí mismo, pide que le exaltan y santifiquen como conviene. Pero Jerusalén no lo ha hecho. Por eso, Dios se mostrará a sí mismo como lo que es él (el exaltado) ejecutando su justicia y santificándose a sí mismo. La palabra vD"Þq.nI debe ser traducida como un verbo reflexivo, como en Ex 35, 23; 38, 23, de manera que Dios será santificado (se santificará