Franz Julius Delitzsch

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías


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el avance aparente en las predicciones del juicio, desde las expresiones generales, con las que comienza en Is 1 hasta el final de Is 6 ¿en qué relación se sitúa el discurso de Is 1 con Is 2-4 e Is 5, dado que Is 5, 7-9 no ofrece ya unas palabras de tipo ideal, sino que (como nos sentimos obligados a mantener en contra de Casperi) esas palabras tienen un contexto histórico distinto, y que, por tanto, presuponen sin duda la guerra siro-efraimita?

      (3)Y finalmente, si Is 6, 1-13 se refiere realmente, como así parece, a la llamada de Isaías al oficio profético ¿cómo debemos explicar el hecho singular de que haya tres discursos proféticos que van antes que esta llamada histórica, siendo que ella es la que debería haber estado en el comienzo del libro?

      Drechsler y Caspari han respondido últimamente a estas cuestiones afirmando que Is 6, 1-13 (texto que vamos a estudiar a continuación) no ofrece el relato de la primera llamada de Isaías al oficio profético, sino el relato de una llamada o misión particular y posterior del profeta, que ya había sido consagrado previamente para la misión profética. En esa línea, el título profético que se debía adoptar para Is 6, 1-13 debería ser éste: “La ordenación del profeta como predicador del juicio de endurecimiento”. Eso significaría que los capítulos anteriores (Is 1-5) presentarían simplemente unas advertencias y reproches previos, dirigidos por el profeta al pueblo, que estaban madurando rápidamente para este juicio de endurecimiento y reprobación (de Is 6, 1-13), con el propósito de llamarle al arrepentimiento.

      La decisión final estaba todavía vacilando (ajustándose) en la balanza, sin haberse fijado todavía. Pero la llamada al arrepentimiento no tuvo fruto, e Israel se endureció a sí mismo. De esa forma, ahora que la bondad de Dios había intentando llevar en vano al pueblo al arrepentimiento, ahora que la gran paciencia de Dios había sido rechazada soberbiamente por el pueblo de los israelita, el mismo Yahvé les endurecería, conforme a este pasaje (Is 6, 1-13). Mirado de esta forma, el texto de Is 6, 1-13 se encontraría en su verdadero lugar histórico. Esta pasaje ofrecería la respuesta de Dios a esta primera parte de la predicación profética anterior, que había sido de tipo general.

      En esa línea, podríamos decir que Is 6, 1-13 evocaría una experiencia y llamada de Dios a Isaías, entre el comienzo de su mensaje y su despliegue posterior, a medio camino entre el comienzo y la conclusión de su trayectoria profética, de manera que el conjunto de la profecía de Isaías se hallaría dividida en dos por el mensaje de Is 6, 1-13. En esa línea podemos añadir que la importancia decisiva de Isaías como profeta surge especialmente del hecho de que él se mantuvo en la frontera entre estas dos mitades históricas, hay serias objeciones en contra de de esta explicación de Is 6, 1-13.

      De todas maneras, en contra de eso, es posible que Isaías haya recibido un mensaje tan importante en el mismo comienzo de su actividad, en su primera llamada. En esa línea, podemos decir, con Umbreit, que una mente sin prejuicios descubre pronto Is 6, 1-13 puede interpretarse bien como visión inaugural del profeta, en la que se contiene la raíz de su mensaje, cosa que no puede negarse. Pero el lugar que Is 6, 1-13 ocupa en el conjunto del libro de Isaías en cuanto tal produce de un modo natural una impresión contraria, a no ser que puede explicarse de alguna manera distinta.

      Esa doble impresión sigue permaneciendo firme, de manera que por una parte podemos afirmar que Is 6, 1-13 se sitúa en el centro del proyecto mesiánico de Isaías, mientras que, por otra parte, viene a presentarse como la primera experiencia de su vida profética. En esa línea, preferimos entrar ahora en el comentario de Is 6, 1-13 sin presuponer ninguna solución definitiva. Es posible que a lo largo del comentario podamos descubrir alguna explicación satisfactoria distinta, que nos permita comprender el enigmático lugar que se pasaje ocupa en relación con lo que precede (ya comentado, en Is 1‒5) y en relación con todo lo que sigue.

      ISAÍAS 6

      Is 6, 1

      bveîyO yn"±doa]-ta, ha,r>a,w" WhY"ëZI[u %l, ,h; ‘tAm-tn:v.Bi

      `lk'(yheh;-ta, ~yaiîlem. wyl'ÞWvw> aF'_nIw> ~r"ä aSeÞKi-l[;

       El año en que murió el rey Ozías, y se me mostró (vi a) el Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el Templo.

      El tiempo del suceso al que aquí se alude, el año de la muerte del rey Ozías (WhY"ëZI[u) fue importante para el profeta. La afirmación en sí, en la forma desnuda en que aquí aparece, es mucho más enfática que si ella comenzara con “sucedió” (hy"h'w>) (cf. Ex 16, 6; Prov 24, 17). Fue el año de la muerte de Ozías, no el primer año del reinado de su hijo Jotán. Es decir, Ozías estaba aún reinando, aunque su muerte estaba ya muy cerca. Si el sentido en que han de entenderse estas palabras es ése, entonces, aunque este capítulo contenga un relato de la primera llamada de Isaías, el encabezamiento de cap. 1, que data el ministerio del profeta desde el tiempo de Ozías resulta bien correcto. Ciertamente, el ministerio público del profeta en tiempo de Ozías fue muy corto, pero debe ser incluido en su libro, no sólo por la importancia que tiene esta visión, sino porque inauguraba una nueva era (literalmente, un comienzo de época profética).

      Pero ¿no se dice en 2 Cron 26, 22 que Isaías escribió una obra histórica abarcando todo el reinado de Ozías? Ciertamente, pero eso no implica en modo alguno que él comenzara su ministerio mucho antes de la muerte de Ozías. Si Isaías recibió su llamada en el año que murió Ozías, esta obra histórica contenía una visión retrospectiva de la vida y tiempos de Ozías, el final de cuyo reinado coincidió con la llamada del autor profético, que produjo una profunda impresión en la historia de Israel.

      Ozías reinó cincuenta y dos años (del 809 al 758 a.C.)31. Este largo período fue para el reino de Judá, lo mismo que el período algo más corto de Salomón para todo, un tiempo de paz vigorosa y próspera, en la cual la nación aparecía completamente enriquecida con manifestaciones del amor de Dios. Pero las riquezas de la bondad divina no tuvieron más influencia sobre el reino que las tribulaciones anteriores. Y precisamente ahora comenzó el gran cambio en la relación entre Israel y Yahvé, e Isaías fue escogido como instrumento de Dios para declarar el sentido de ese cambio, ante los restantes profetas y por encima de ellos.

      El año de la vocación de Isaías fue, según eso, el 758 a.C., año de la muerte de Ozías, momento en que Israel como pueblo fue entregado a la dureza de su corazón, quedando también entregado, como reino y país, a la devastación y aniquilación bajo el poder imperial de este mundo. Es muy significativo el hecho, observado por Jerónimo, en conexión con este pasaje, que el año de la muerte de Ozías vino a coincidir con el nacimiento de Rómulo; y también el hecho de que, conforme a la cronología de Varrón, Roma fuera fundada muy poco después (año 754/753 a.C.). Sea como fuere, la gloria nacional de Israel murió con el rey Ozías, y nunca más ha revivido, hasta el día de hoy.

      El profeta afirma que aquel año “vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso…”. Isaías “vio”, y esto no es algo que pasara en un momento en que él se hallaba dormido o soñando, sino que Dios se le mostró cuando estaba despierto, capacitándole para ver en el interior del mundo invisible, abriéndole un sentido profundo para lo suprasensible, mientras que la acción de los sentidos exteriores quedaba suspendida. Así lo hizo, condensando y expresando lo suprasensible en forma sensible, por razón de la naturaleza compuesta del hombre y de los límites de nuestro estado de vida, en el que sólo podemos ver de un modo corporal.

      Este pasaje nos sitúa ante una revelación peculiar, en forma de visión extática (ἐν ἐκστἀσει, es decir, en trance, ἐν πνεὐματι, “en el Espíritu). Isaías es elevado así al cielo, porque, aunque en otros casos lo que un profeta veía visión extática era sin duda el templo terreno (Am 9, 1; Ez 8, 3; 10, 4-5; cf. Hch 22, 17), sin embargo, aquí, como lo muestra claramente lo que sigue, aquello que Isaías “ve” es el anti tipo celeste del trono terreno de Dios que estaba formado por el Arca de la Alianza.

      En este caso, el Templo al que se alude (lk'(yhe, literalmente un atrio espacioso, nombre que se daba al templo como palacio del Dios Rey) es el mismo Templo del cielo, como en Sal 11, 4; 18, 7; 29, 9 y en otros muchos pasajes.