más eficiente y práctico que trabajar duro. Nuestra inteligencia se mide no solo por los esfuerzos que hacemos, sino también por los que economizamos. Para decirlo de forma simple, sudar más de la cuenta no representa ningún mérito. La lección más valiosa que podemos aprender de Fukuoka es que colaborar con la naturaleza produce a la larga más beneficios que intentar someterla. Esa filosofía del mínimo impacto y esfuerzo contrasta vivamente con nuestra avidez de novedades y consumo desmedido. En la sociedad de la abundancia, apegada a la superstición del crecimiento ilimitado y fascinada por la innovación tecnológica, estar atareado y a la última suele ser algo bien visto, cuando no un mandato social, mientras que una actitud contemplativa y una campante sobriedad se consideran una prueba de pereza y dejadez, además de una improductiva pérdida de tiempo. Estas enseñanzas adquieren un significado muy relevante para los ciudadanos del siglo xxi.
Si la única solución efectiva al cambio climático pasa por poner fin a nuestro frenesí productivo y consumista como aseguran muchos, entonces no hay solución. La experiencia nos enseña que la mayoría prefiere no pensar en el futuro a reducir sus necesidades. Y el gobierno que lo intente, una de dos: perderá las elecciones o las credenciales democráticas. El único modo de conseguir que los ciudadanos deseen lo que les conviene pasa por persuadirles, poco importa si con pruebas o narrativas, de sus beneficios. Ni qué decir tiene que solo se puede convencer a quien sabe escuchar y razonar. Si todavía hay esperanza, es porque somos aprendívoros. Nuestra supervivencia depende más que nunca de qué sembremos en el espíritu de las nuevas generaciones y cómo cultivemos sus mentes. La profesión de educador cobra un nuevo protagonismo en tiempos de ecocidio. Resulta imposible exagerar la importancia de la escuela en la metamorfosis de nuestra insostenible sociedad tecnocapitalista. La educación que necesitamos para salvarnos de nosotros mismos y transformar este mundo alienado y alienante debe inspirarse en el cultivo. Solo poniendo los pies en la tierra podremos dar el siguiente salto evolutivo.
La biografía del llamado abuelo de la permacultura tiene un aire de fábula. Merece la pena recordar las andanzas y desventuras de ese sabio con las uñas sucias de tierra, para entender la génesis de una idea llamada a transformar no únicamente la agricultura, sino también la educación y, en consecuencia, la economía, la política y la cultura. La única manera de invertir la inercia degenerativa en todos estos campos consiste en sustituir la lógica de la competencia por la de la colaboración y buscar en vez del máximo beneficio económico el mínimo impacto medioambiental, armonizando nuestras necesidades vitales con nuestros recursos materiales. Cuando nos resignamos a hacer lo imprescindible y vivir con menos, todo se convierte en una bendición. La única manera de dominar la naturaleza es obedecerla. Se trata de una teoría conservadora al servicio de una praxis revolucionaria, que encierra el germen de una esperanza duradera para nuestro mundo al borde del colapso.
Una de las pocas estrategias que nos pueden ayudar a encarar el final del mundo como lo conocemos es la permacultura, una corriente con muchos afluentes: agroecología, agricultura orgánica, biodinámica y regenerativa, entre otras. El debate acerca de cómo producir alimentos saludables para una población de terrícolas en imparable aumento encierra otro no menos decisivo: cómo cultivar la mente y nutrir el intelecto de los menores a fin de que conserven la salud física y psíquica en un mundo enfermo de codicia y fascinado por la acumulación de riqueza. Del mismo modo que se puede revitalizar la tierra sin necesidad de añadir fertilizantes ni aplicar fitosanitarios, haciendo que unas plantas velen de otras y favoreciendo determinadas asociaciones de insectos y rotaciones de cultivos, se puede crear un fértil entorno de aprendizaje, estimulando la curiosidad natural de los alumnos y retroalimentando sus ganas de saber. Una comunidad escolar o universitaria, que tomase como modelo la permacultura, funcionaría como un ecosistema, donde todos sus integrantes se benefician mutuamente y generan una esfera de influencia en su entorno.
Me pregunto, como muchos antes que yo, qué sociedad tendríamos si el cultivo de un huerto, la meditación y el trabajo cooperativo y comunitario formaran parte del currículo escolar, si preparásemos a los niños y adolescentes para reconocer sus emociones, tener en consideración al otro, escuchar atentamente, resolver conflictos, contemplar sin prejuicios y pensar de manera crítica; si el conocimiento no se racionara ni administrara por edades, niveles y cursos; si no se pusieran etiquetas ni calificaciones y tampoco se concedieran títulos o diplomas; si la escuela materializara nuestras ideas vitales en lugar de reflejar nuestras carencias y penurias. En estos tiempos de incertidumbre, en que se multiplican las causas de inquietud y se desvanecen las seguridades, una de las escasas certezas que todavía se mantienen en pie es la importancia de una buena educación para vivir con plenitud. Solo si cambiamos los hábitos mentales de los menores, se sentirán afortunados de poder vivir con menos. La formación no puede ser la panacea a todos los males sociales, pero si queremos cambiar la realidad debemos empezar por enseñar de otro modo. Una educación inspirada en los principios de la permacultura maximizaría la reflexión y minimizaría los deberes, y animaría a prestar atención y observar con detenimiento antes de actuar.
referencias bibliográficas
DIAMOND, Jared (2016): Armas, gérmenes y acero. Breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años, Fabián Chueca (trad.), Barcelona, Debolsillo.
– (2012): Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Ricardo García Pérez (trad.), Barcelona, Debate.
FERNÁNDEZ CASADEVANTE “KOIS”, José Luis y MORÁN, Nerea (2015): Raíces en el asfalto. Pasado, presente y futuro de la agricultura urbana, Madrid, Libros en acción.
FORTIER, Jean-Matin (2020): El jardinero horticultor. Manual para cultivar con éxito pequeñas huertas biointensivas, Sidney Flament Ortún y Bruno Macías (trads.), Girona, Atalanta.
FUKUOVA, Masanobu (2013): La revolución de una brizna de paja. Una introducción a la agricultura natural, Zaragoza, EcoHabitar.
– (2012): Sowing Seeds in the Desert: Natural Farming, Global Restoration and Ultimate Food Security, Larry Korn (ed.), Shou Shin Sha (trad.), Vermont, Chelsea Green Publishing & White River Junction.
HÉRIARD, Gilles (2019): De quelles agricultures les hommes ont-ils besoin?, Alezón, Éditions du bien commun.
KINGSNORTH, Paul (2019): Confesiones de una ecologista en rehabilitación, David Muñoz Mateos (trad.), Madrid, Errata naturae.
HOLMGREN, David (2017): Permacultura. Principios y senderos más allá de la sustentabilidad, Zaragoza, EcoHabitar.
MacCORMACK, Patricia (2020): The Ahuman Manifesto: Activism for the End of the Anthropocene, Londres, Nueva York, Oxford, Nueva Delhi, Sidney, Bloomsbury Academic.
OLIN WRIGHT, Erik (2019): Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI, Cristina Piña Aldao (trad.), Madrid, Akal.
RABHI, Pierre (2015): L’agroécologie, une éthique de vie, entretien avec Jacques Caplat, París, Actes Sud.
– (2013): Hacia la sobriedad feliz, Marisa Morata Hurtado (trad.), Madrid, Errata naturae.
– (2011): Manifeste pour la terre et l’humanisme. Pour une insurrection des consciences, Arlés, Éditions Actes Sud.
– (2010): Vers la sobriété heureuse, Arlés, Éditions Actes Sud.
SERVIGNE, Pablo y CHAPELLE, Gauthier (2019): L’entraide, l’autre loi de la jungle, París, Éditions Les Liens qui Libèrent.
SERVIGNE, Pablo y STEVENS, Raphaël (2015): Comment tout peut s’effondrer. Petit manuel de collapsologie à l’usage des générations présentes, París, Éditions du Seuil.
SERVIGNE, Pablo; STEVENS, Raphaël y CHAPELLE, Gauthier (2018): Une autre fin du monde est possible. Vivre l’effondrement (et pas seulement y survivre), París, Éditions du Seuil.
ii
la inteligencia naturalista
En lugar de renegar de los árboles, ¿no deberíamos seguir su ejemplo? Silenciosos y dignos, viejísimos y, sin embargo, con gran porvenir, bellos y útiles,