el temor de perder su situación ventajosa en la sociedad colonial, además de los incentivos y amenazas del Estado y el ejército coloniales. El apoyo a la rebelión era extremadamente riesgoso, como muchas autoridades lo descubrirían dolorosamente en los siguientes meses e incluso años. Para el caso de los indios, las explicaciones son similares, pues, aunque el cacique o el capataz de la hacienda en la que trabajaban impidieron a muchos de ellos unirse a los rebeldes, otros no estaban de acuerdo con la rebelión o tenían temor de luchar. Los indios no eran, en modo alguno, un grupo homogéneo: estaban divididos por conflictos regionales, étnicos y de clase.
A pesar de la concentración de sus esfuerzos, Túpac Amaru nunca pudo reclutar masivamente a criollos, negros y mestizos. Las reformas borbónicas habían antagonizado a un amplio espectro de la sociedad, desde los más oprimidos hasta los que gozaban de opulencia. El liderazgo rebelde reconocía y compartía la frustración de criollos y mestizos que habían sido marginados por el favoritismo hacia los españoles o que se encontraban atados por las reformas económicas; sin embargo, la rebelión nunca llegó a ser un movimiento anticolonial multiétnico. Una vez más, si bien pueden hallarse múltiples razones, es necesario revisar las propias divisiones alentadas por el colonialismo. Miembros de la “clase media”, tales como los comerciantes provinciales, si bien se sintieron enfurecidos por las reformas borbónicas, temían un levantamiento de masas. Esto era el resultado de su preocupación por la pérdida de la posición favorable que tenían en la sociedad y no precisamente por alguna guerra de castas. Como sería evidente en la larga guerra de la Independencia, amplios sectores de los grupos intermedios que fueron tan importantes en las luchas coloniales vacilaron. En las postrimerías de la sociedad colonial se entrelazaban clase, raza y divisiones geográficas, en lo que Flores Galindo denomina el “nudo colonial”.168 Por ejemplo, si bien los indios nunca lucharon como una fuerza única, quienes no eran indios tenían terror de que así ocurriera. En el levantamiento, las tensiones raciales debilitaron la solidaridad de clase, mientras el interés de clase causó destrozos en la unidad racial, y en la propaganda contra la rebelión, el Estado español hizo gala de estas divisiones.
Los españoles sabían que habían sido afortunados al capturar a José Gabriel. Manuel Godoy, primer ministro y confidente de Carlos IV, señalaba en sus memorias que “nadie ignora cuánto se halló cerca de ser perdido por los años de 1781 a 1782 todo el Virreinato del Perú y una parte de La Plata”.169 Areche se jactaba de que al sentenciar y castigar a los acusados deberían usar “todas las formas de terror necesarias para producir temor y cautela”.170 Los caballos arrastraron a José Gabriel, Micaela, su hijo mayor Hipólito, el tío de José Gabriel y cinco compañeros, hacia el patíbulo levantado en la Plaza Principal de Cusco. El espectáculo se inició con cinco ahorcamientos. Después cortaron la lengua al tío y al hijo de José Gabriel, antes de ser ejecutados en el patíbulo. Luego Tomasa Condemayta fue asfixiada con el infame garrote y a Micaela se le cortó la lengua. El garrote no funcionó porque su cuello era demasiado delgado, entonces los verdugos la ahorcaron con una soga. Luego de haber sido testigo de la muerte de los miembros de su familia y del círculo más íntimo de su movimiento, Túpac Amaru fue llevado al centro de la plaza. Los verdugos le cortaron la lengua y lo ataron a cuatro caballos para descuartizarlo. Al ver que los miembros del líder rebelde no se separaban de su torso, Areche ordenó que fuera decapitado. Su cabeza fue exhibida en Tinta, su cuerpo en Picchu —el escenario de batalla del sitio de Cusco—, donde fue quemado, sus miembros en Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Livitaca y Santa Rosa.171
La represión no terminó con el castigo físico a los rebeldes. El Estado hizo una campaña por desarraigar todos los elementos culturales del nacionalismo neoinca que habían surgido en el siglo XVIII. En abril, antes de la captura de José Gabriel, el obispo Moscoso había hecho una serie de recomendaciones al visitador Areche, la mayor parte de las cuales fueron seguidas. Llamó a destruir todos los retratos de los incas, y prohibió el uso de vestimentas que estuvieran relacionadas con ellos, de ciertas danzas, el uso del término inca como apellido o título, la literatura que cuestionara los derechos legítimos de la monarquía española en América (con fuertes castigos para los lectores de material subversivo), así como el derecho consuetudinario. Moscoso censuró, finalmente, la obra de Garcilaso de la Vega.172 En los años siguientes, se implementaron estas y otras medidas como la represión al uso del quechua.
Las brutales ejecuciones de los líderes de la rebelión, la represión generalizada a la cultura andina y el abierto desdén por los indios en las principales ideologías de los años posteriores a la rebelión de Túpac Amaru parecerían presagiar tiempos terribles para el campesinado andino. El campesinado indígena del sur andino, cuya rebelión fue derrotada luego de haber infligido graves pérdidas y de haber —incluso— humillado al Estado colonial, enfrentó el odio desenfrenado y el deseo de venganza del Estado y de sectores de la élite. No obstante, en las décadas posteriores a la rebelión de Túpac Amaru, los últimos cuarenta años del dominio colonial, los españoles no pudieron impedir nuevos levantamientos, ni desmantelar la autonomía política indígena, o incluso aumentar tributos y otras exacciones en la medida que hubieran deseado. Así, no lograron reconquistar los Andes, luego de la derrota de las rebeliones de Túpac Amaru y Túpac Katari. Más aún, continuó la búsqueda de un movimiento anticolonial asentado en los Andes. El siguiente capítulo analiza cómo, después de la gran rebelión en los Andes, los grupos de las clases bajas resistieron a las medidas punitivas y al feroz espíritu antiindígena.
33 Por ejemplo, John A. Hall define el nacionalismo como “la creencia en la primacía de una nación particular, real o construida; la lógica de su posición tiende a trasladar el nacionalismo de formas culturales a formas políticas y a vincularse a una movilización popular”. En “Nationalism: Classified and Explained”, en Daedalus, 122.3, verano de 1993, p. 2. Breuilly plantea una definición muy similar en Nationalism and the State, segunda edición, Chicago, University of Chicago Press, 1994, p. 2. Para definiciones más finas en el ámbito cultural véase Brackette Williams. “A Class Act: Anthropology and the Race to Nation Across the Ethnic Terrain”, en Annual Review of Anthropology, 18, 1989, pp. 401-444; Katherine Verdery. “Whither ‘Nation’ and ‘Nationalism’?”, en Benedict Anderson (ed.). Mapping the Nation, Londres, Verso, 1996, pp. 226-234.
34 John A. Armstrong. Nations before Nationalism, Chapell Hill, University of North Carolina Press, 1982.
35 Anderson. Imagined..., Hobsbawm. Nations and Nationalism since 1789, Cambridge, Cambridge University Press, 1990; Eley y Suny. Becoming National, introducción.
36 Como ha señalado Steve Stern, los “símbolos protonacionales [de la rebelión] no estaban vinculados a un nacionalismo criollo emergente, sino a nociones de un orden social andino o dirigido por el Inca”. En “The Age of Andean Insurrection, 1742-1782: A Reappraisal”, en Stern (ed.). Resistance, Rebellion..., p. 76.
37 Chatterjee. Nationalist Thought... Para una opinión contraria, véase Jorge Klor de Alva. “Colonialism and Post Colonialism as (Latin) American Mirages”, en CLAR 1.1-2, 1992, pp. 3-23.
38 Mallon. ‘The Promise and Dilemma...”; Gilbert M. Joseph. “On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance”, LARR 25.3, 1990, pp. 7-53.
39 Hall admite la incomodidad de los sociólogos de la historia con la Independencia de América Hispana. Hall. “Nationalisms...”, pp. 9-10.
40 Boleslao Lewin. La rebelión de Tupac Amaru [1943], tercera edición, Buenos Aires, SELA, 1967.
41 Jean Piel realiza una fina revisión de